Muestra gráfica:
“Poetas & Graffitis”
Conversa entre Alfonso Peña y José Ángel Leyva
Muestra gráfica:
“Poetas & Graffitis”
Conversa entre Alfonso Peña y José Ángel Leyva
Matérika 13
Muestra gráfica
Muestra gráfica
Alfonso Peña
José Ángel, sabemos que te deslizás en diferentes andariveles: poeta, narrador, ensayista y editor de libros y revistas de poesía, sin embargo, la fotografía es una de tus tantas pasiones… ¿Será interesante conocer cuál fue el sendero que recorriste para llegar a la fotografía…?
José Ángel Leyva
Mis pasiones son muchas y una sola vida. Sobre la fotografía tengo muy poco qué decir a mi favor. En primer lugar que no soy fotógrafo, apenas si un aficionado y un espectador de la realidad, un atento observador de mi entorno y en la medida de los posible de mi interior. Me gusta mucho mirar y a veces ser mirado, pero sobre todo descubrir un nuevo discurso allí donde esos ángulos de la realidad exhiben lo mismo para todos y en especial para quien desea verlos.
valorás o ubicás la fotografía digital y la analógica, ¿cuáles son las ventajas o las desventajas para hacer fotografía artística como en tu caso…?
Me parece que ambas son parte de un mismo discurso, pero representan dos posibilidades con instrumentos diferentes. Su herramienta –la de la fotografía–, y su materia es la luz. El fotógrafo, o sea quien dispara la cámara, no necesariamente es un artista, sino una persona que detiene ese instante de la realidad sin más intención que el recuerdo o el registro de ese suceso, que puede decirnos poco o nada a quienes no estamos ligados a esa persona y a ese acontecimiento, pero también puede significar mucho o desvelarnos un misterio. La fotografía analógica era lo mismo, pero más caro, por tanto era más fácil saber que los sujetos que hacían fotografía de manera insistente o profesional eran individuos con intenciones estéticas o profesionales del periodismo, de la fotografía de salón, de la ciencia, de la moda, etcétera.
En mi caso no creo ser un fotógrafo, simplemente me gusta. Estudié fotografía cuando cursaba el bachillerato en el Colegio de Ciencia y Humanidades, con el maestro Páez, en mi natal Durango. Para un estudiante resultaba muy oneroso sostener esa pasión. No obstante la practiqué un tiempo y después tuve algunas cámaras, pero nada especial. Después vino la era digital y con la muchedumbre de la foto vine yo, como un juego. Un juego que me deparaba sorpresas y me incitaba a hacer una lectura del mundo, de la realidad, de mi diálogo con las imágenes. Pero es cierto lo que dice el gran fotógrafo Rodrigo Moya, la fotografía digital ha generado una práctica narcisista sin límites, una multitud que va fotografiando todo sin ver nada. Como quien va a un museo extraordinario y toma fotos de las obras, pero en realidad pierde la oportunidad de ver y leer la obra que tiene el privilegio de ver y observar, suponiendo que, en el mejor de los escenarios, la verá más tarde en su casa. Pero ha dejado escapar la oportunidad de descubrir la magia misma del cuadro, los detalles invisibles de las pinceladas y la luz, de leer las fichas técnicas y los textos explicativos de la exposición, de la atmósfera del museo. La fotografía nos impide ver o peor aún, testifica que no sabemos ni queremos ver.
¿De qué modo se dio en vos el “alumbrón poético” para llegar a diseñar y conformar esta serie de fotos de “Poetas y graffitis”?
El arte urbano ejerce un fuerte poder sobre mí, como las artes plásticas en general, y aún más, las artes visuales. Soy un mirón desde niño. La imagen es lo que más persigo en mi escritura. Escribo sobre la obra de los artistas visuales, pero me considero incapaz de trazar una línea o manchar una tela. No obstante, gozo el arte de quienes tienen la capacidad no sólo de ver, sino también de crear y recrear una realidad mediante el dibujo y el color, el cine, el diseño, las manualidades, la artesanía. Los graffitis son parte de esa realidad, pero sin pretensiones de trascendencia o permanencia, lo suyo es lo efímero, es un acto sublime en la gestualidad pasajera. De hecho todo arte lo es, pero hay tiempos distintos en su perspectiva y en su origen. Comencé a registrar las obras de los graffiteros, luego me percaté que los poetas, los escritores, los artistas en general pasaban en su mayoría indiferentes ante los muros y muchas veces se irritaban ante esas manifestaciones urbanas. Comencé a pedirles que se colocaran ante los graffitis, y observé un cambio de conducta, un diálogo con las figuras y las manchas, una mirada distinta ante la cámara de quienes ven su propio quehacer como trascendente. Era un contraste entre quienes aspiran a permanecer en la memoria y esa expresión estética, pública y mucha veces anónima de lo efímero. Les llamé ensambles, luego incorporaciones. Un amigo cubano me dice que no son incorporaciones porque el personaje no se incorpora. Y es cierto, no siempre es así, pero la mayoría de las veces sí. No sólo posan, también interactúan y acomodan su imagen, su figura a la dinámica del graffiti o de la obra mural.
En las fotos se observa que hay composición, movimiento, plasticidad… ¿Podés hacer una descripción del proceso creativo…?
Sólo dejo que los personajes busquen su lugar en el muro, que acomoden su cuerpo y su espíritu al graffiti. Los más reacios han sido los mejores modelos.
Vos no estás alejado de una fina veta humorística en tu obra y tu personalidad, podemos afirmar que en estas realizaciones también hay humor…
El humor está allí y los escritores y los artistas representan sus papeles a la perfección. Son como niños cuando los colocas ante un espejo que distorsiona sus figuras, hacen caras, agitan las manos, gritan, ríen, sacan la lengua. Es divertido para mí y para ellos, pero en ese ejercicio saben que otros los miran ya desde otro tiempo. Sin humor no hay foto o se empaña la lente. Ya tengo imitadores, pero les falta el humor...
Cerremos el diálogo con un graffiti: “como todos los fotógrafos, dependo del destino…”
Yo no dependo del destino, porque no soy fotógrafo, sólo pendo de la foto.
Ciudad de México/San José, febrero 2017.