Fernando Cuartas
En La Calle No calle,

Poemas donde hablan nuestros recorridos y vivencias.

Matérika 13

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1-Cuatro bocas

Se abren las puertas, hay sangre, hay un sueño derramado en la escalera. Cuatro bocas en pena, cuatro esquinas, cuatro balas, cuatro de la mañana, cuatrocientos años, quinientas deudas, son negros, no son esclavos, bailaban, salen a jugar su suerte, conociendo de naipes y de tambores. Cuatro esquinas, cuatro espinas. A un lado arriba, al otro abajo, nadie ve nada cuando los ojos no quieren mirar. Una sábana, blanca tela que cubre el cuerpo del que se fue sin despedirse, un señor oscuro, una hoja de árbol, que acaba de caer. Pocos perciben, cada hoja es una esquina nueva en un  árbol que llora. Cuatro bocas rezan, cuatro bocas se despiden. Las cuatro calles son extremas, se abren y se cierran como un disparo que se cuela por el cráneo de un embellecedor de muros. Blancas paredes que son pintadas por un hombre negro libre y soñador de calles. El pintor que vivió cerca sabía de bateas y de mineros, conoció la historia entre pinceles, los que ahora viven saben de sangre y de esperanzas, de silencios y de bullarangas.


2-El Talego

Fábrica de ladrillos en una cuesta donde ruedan carros de fabricación casera,

Un mendigo predica la fatiga con su costal de deudas y su fornicación de asma.

Era la calle del talego, así le decían a una boca calle que conducía a un embudo urbano.

Allí las risas de los niños siempre estuvieron escondidas tras los balcones donde no dejaban salir a casi nadie. Mísera casa de tapiales oscuros, la última casa donde no habitaban sombras.

Calle larga, sin aliento.

Abajo un puente de madera con comején en el centro.

Arriba una tienda negra donde vendían velas.

Un signo escrito sobre la pared humedecida por el viento,

Una larga uña señalando un agujero,

Un rastrojo de hojas servidas en el plato de la noche.

Un grito tras las puertas de un zaguán casi inservible.

La harina de maíz recalentada a la madrugada, pan del pobre, merienda del nocturno.

La bicicleta de la ortografía de la  de la noche, pito en mano,

Haciendo abecedarios en un sin fin de nostálgicas tragedias:

El borracho ciego, la alcantarilla rota, la viuda bendecida por un paria,

La hija ilustre que sucumbe ante una nota, el organizador de fiestas en una hora funesta.

En el talego cabe un mundo, es la calle que habla en medio de la destrucción de un barrio.


3-La  alberca.

Miles de armas expuestas sobre el suelo liso y limpio de una luna que ensombrece una familia. A dos pasos queda la alberca, agua de dios desconocido, un recipiente de odios que baja en media noche hasta tocar la humedad del pozo oscuro. Unas moscas rinden homenaje a un recién muerto. Alguien bosteza canciones en una terraza sin conciertos.

Todo nos lleva hacia la alberca. Ya hay acueductos, linternas en la noche, llantos de madrugada, agua en las letrinas, semen en las coartadas del amante que huye. En lugar es en media noche, cerca está un pequeño parque con dos árboles, un niño que mira perplejo la voz de la madrugada, un policía ciego que no sabe del círculo de humo, una revista tirada a la basura, un disco de acetato puesto a rodar hasta el domingo, siendo hoy un jueves negro, que no deja de hacer líquida las notas de un último suspiro. Me apellidan la vía hacia el ojo de agua que queda en la esquina de la nada. Al frente queda un estanco donde mana licor con sangre nueva, al otro lado una casa donde habita una mujer que lava ropa. Aquí donde estamos, queda un círculo de palabras humedecidas por un amor ignoto.


4-La última lágrima

Un niño llora en una casa cerca donde un ángel pretende instaurar un silencio pétreo. La tienda hace un  pacto con los jugadores de cartas, están pagando una novena, con la cortina metálica bajada, dos mesas, seis botellas, un hombre solo acompañado de seis risas perdidas en la memoria de los días. Es la última lágrima, calle de luces tenues y flores marchitas regadas en el suelo. Tufo de alcohol,  en boca cerrada no entra espanto, en el impermeable de la noche un centinela hace ronda a dos ancianas que pretenden robar escapularios por simples donaciones de oraciones blancas. La mujer joven pasa con un libro para hacer novelas, el muchacho sale de una película a dos cuadras, la loca desnuda se viste de sombras muy cerca al punto de la nada. Hemos llegado a la lágrima de un ser invisible que se ríe tras la lápida. No hay regreso, dicen. Es el lugar para liar un cigarrillo con papel satinado de conjuros y humo de cebolla. En la reja forjada hay una cerilla encendida, en los muros blancos una semilla de dos ojos, alguien despide un sueño a esta hora de la madrugada.


5-Los bares

Bodegas de asistentes a la música de sordos que aúllan entre las piernas de una rosa. Es largo el trayecto, aunque sea de un pedazo de manzana urbana. Allí lloran los danzarines del  silencio, acá cantan dos canciones con perfume de arrogancia, más cerca una rocola exhala un centímetro de nostalgia. Dos mujeres tratan de tomar un taxi, tres borrachos hacen el ademán de forzar la cerradura de la suerte. Un afiche pegado de un muro habla desde la pérdida del sol, una cerveza recién servida sirve para disculpar a los ausentes, una palabra queda rotando sobre el piso como una moneda perdida cuando propone un beso. Las manos extendidas abren y cierran la conversación más sensata, alguno propone un bálsamo de luz en un acertijo para evitar que se duerman los hablantes. A fuera los  pasos suenan  como las incógnitas de alguien que duda de llegar a casa. Nadie recoge el acta de la noche, quedan fragmentos de la conversación de hipnóticos. Una pareja se despide con cien besos, vuelven y toman de una botella ya vacía, fuman ceros con forma de cigarro, hacen volutas con los tres pesos que quedan para salir sin decir  nada. La calle de los bares es una oficina abierta para dejar las notas de un trajín sin nombre, es la  ceremonia de apaciguar los miedos, es la razón nocturna para bendecir un poema en una servilleta sin remitente, ostia compartida en el traga níquel de la sonoridad del silencio. La risa del  sexo, el amor no concluido, el vaso roto, la saliva en el piso, escupa y no se ría, la salida ebria, la entrada sorda, el péndulo del tiempo en un paraje de ciudad que siempre se reinventa.


6-Calle ausente

Aquí había una cantina, allá una casa con faroles rojos, más allá un perro negro, no muy lejos un potrero con escombros, en aquel lugar una vieja loca, en aquel sitio un alquiladero de bicicletas. La cañada esta tapada, las cortinas no las mueve el viento, la reja esta desvencijada, los balcones son mustios y huelen a desorden viejo, el lugar tiene hierros nuevos, un edificio aparece vigilante, una luna herida y un párpado que cae. Ahora es la ausencia que visitamos en la noche, el pavimento mojado no ladra, las muchachas no salen al balcón, las ruedas no llegan a pedalear un tramo oscuro, las señoras no salen a buscar sus párvulos, los albañiles ya no llegan tarde. Prohibido el paso, muestre su cédula, saquemos  el aerosol pintemos un graffiti en unos labios, una emboscada contra el tiempo, un amor en medio de la aurora, una pérdida de un sitio comparada con la lluvia, una calle a punto de ser ya casi olvidada. La casa grande es un garito y la vendedora de empanadas está en la cárcel, las pirámides de oficio se comparten con dos prestamistas jubilados. Es la ausencia que nos retrata está pendiente.


El Morro-Moravia.

El humo brota de la tierra, son escombros de miles de casas, las que llegan las que se van, los que heredaron un bosque y quedaron metidas entre cemento y latas, los que ayer tenían campo y vacas y ahora sólo les queda esperanza entre basuras y voluntad creativa entre olvidos. El Morro echa humo en las madrugadas, está vivo, ahora es un jardín de flores que crecen entre el plástico, unas escalas que suben al cielo de los que siembran, unos ranchos que resisten los embates de los que sólo ven un lote para construir algunas torres. Allí todavía se ve el coclí cocli el que la vi la vi, los niños embarrados jugando con carros invisibles o tarros de otro mundo. El Morro es parte de nuestra identidad, somos lo que arrojamos, somos ciudad desde un andamio de miedos y de alambres, de silencios y de fiestas patrias, somos también los que se ven desheredados y  aún mantienen la dignidad como personas. Somos la cara del albañil que queda suspendido en las escalas inconclusas, somos el niño que mira entre las hierbas y somos los ladrillos con ojos de potrero amurallado, la isla de silencio y tierra sucia, las casa en desorden como un reguero de ideas y pobrezas sobre el suelo tapizado de escombros y tristezas, somos  las flores que parecen en macetas hechas con las ollas rotas y algunos potes de metal desvencijados, todo esto en el color de los asombros, somos la poesía de La calle donde cada lugar habla, donde el diálogo está entre el saber ver y conversar con los muros que nos cuentan sus historias.


LUIS FERNANDO CUARTAS (Medellin, Colombia, 1959)

Poeta, ensayista y collagista. Integra la Planta de Creación de la revista surrealista Punto Seguido (1979). Colabora con regularidad en Dunganon, Agulha, Matérika, y Realidad aparte, entre otras.

Entrevista a

Fernando Cuartas



Muestra gráfica

“Poetas & Graffitis”




 



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