PRÓLOGO DEL TIEMPO QUE NO ESTÁ EN SI
I
Nada estaba previsto.
Todo era inminente.
II
Un día después de un tiempo inmemorial,
mientras el cielo se movía de pie,
de un ojo a otro;
y se pasaba de un corazón a otro
en las ciudades,
el orden del vacío preparaba
una palabra que no sabía su nombre.
(La palabra, aquella, del tamaño del aire).
III
También, potencia descansada, el viento.
alzado tumbador de estrellas,
desde el trueno que escucho sin memoria
esclarecer para contar sus ángeles,
rasgaba los templos ardorosos.
IV
También un toro, sí, también un toro
pálido tenía la cara terrenal
y con su grande uña cardial golpeaba el mundo.
V
Los ríos conjugándose, ordenándose en sílabas de agua,
traían su límite de peces y de fuego.
VI
Apenas se escribían los frutos y los niños,
con el palote antiguo que reunía los verbos
antes en liberat, acéfalos, sin vías
en la ruta d euna mañana eterna.
VII
La noche se soñaba su figura de mayo.
¿Cómo sería su verde partiendo las hojas?
¿Cómo sería su verde ya cercano
a tan claro designio de laureles
y razonado en pétalo profundo?
Quería una palabra para escuchar su color
en la noche.
VIII
Los ángeles buscaban un cuerpo para el llanto,
con el sexo menor posado en una lámpara,
y su peinado, apenas pronombre de las olas.
IX
Las islas navegaban rumbo un pueblo de cobre,
madurando en peceras su sol de porcelana,
más noche y día las encontró la arena,
con el oído al pie de la colmena,
y con sus musgos dando su lámpara ordenada.
X
Más allá de su arrullo, a un año de sus vísceras amadas,
el arpa deseaba su sonrisa, sus tálamos nacientes.
Era ya necesario organizarle la cuerda
y la estatua que crecían a la altura del álamo;
pronto entraría
en sus obligaciones de armonía.
XI
Allá en su edad,
-seca, sin fin memorial de la nieve-
el frío creaba su niñez.
Nadie sabía si era un quelonio mortal,
o el corazón sin fecha de un anillo perenne.
Todos lo amaban y lo confundían
con su asonancia de oro sembrado en el desierto.
Yo lo anunciaba la ciudad llena de cosas jóvenes.
Un día vendría el relámpago a soplarle los hombros,
un huracán liviano lo llevaría consigo;
desde entonces el frío resonaría
con los que lo olvidaron hace siglos,
hace nueve sollozos de abejas insepultas.
XII
El océano sólo era una larga presencia de caballo
alrededor del mundo,
y el caballo era, apenas, un labio descifrado
y pedido de súbito,
sal,
víspera del agua,
ingrávida y solemne.
XIII
Los cristales designaban unánimes costumbres y gestiones:
el humilde epidoto trepaba por el cuarzo
con gecónida para;
y el cristal de roca en su perímetro oscilante,
rehuía los contactos con el hierro,
y al pasar por coléricos destellos,
se afirmaba sin mancha.
XIV
Corderillos adentro, mariposas adentro,
dándole honor al polvo,
colmándolo de azules convenciones y seres imprevistos,
se fundaba la gracia carnal de las ciudades
XV
La abeja resumía en su seno de virgen prematura,
la abreviada dulzura de un padre inagotable.
POSESIÓN EN EL SUEÑO
Ven
Amado
Te probaré con alegría.
Tú soñarás conmigo esta noche.
Tu cuerpo acabará
donde comience para mí
la hora de tu fertilidad y tu agonía;
y porque somos llenos de congoja
mi amor por ti ha nacido con tu pecho,
es que te amo en principio por tu boca.
Ven
Comeremos en el sitio de mi alma
Antes que yo se te abrirá mi cuerpo
como mar despeñado y lleno
hasta el crepúsculo de peces.
porque tú eres bello,
hermano mío, eterno mío, dulcísimo,
Tu cintura en el día parpadea
llenando con su olor todas las cosas,
Tu decisión de amar,
de súbito,
desembocando inesperado a mi alma,
Tu sexo matinal
en que descansa el borde del mundo
y se dilata.
Ven
Te probaré con alegría.
Manojo de lámparas será a mis pies tu voz.
Hablaremos de tu cuerpo
con alegría purísima,
como niños desvelados a cuyo salto
fue descubierto apenas, otro niño,
y desnudado su incipiente arribo,
y conocido en su futura edad, total, sin diámetro,
en su corriente genital más próxima,
sin cauce, en apretada soledad.
Ven
Te probaré con alegría.
Tú soñarás conmigo esta noche,
y anudarán aromas caídos nuestras bocas.
Te poblaré de alondras y semanas
Eternamente oscuras y desnudas.
[Los elementos terrestres, 1974 ]
EUNICE ODIO (San José, Costa Rica, 1919 – México 1974)
Poeta, ensayista y cuentista.
Publicó Tránsito de fuego, Los elementos terrestres y El rastro de la mariposa.
Se la considera como una de las voces poéticas más importantes de Latinoamérica en el siglo XX.
Eunice Odio
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Poesía
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Eunice Odio
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