A José Lezama Lima

I

En un espacio apenas esbozado, todavía carente de peso y por ello, ingrávido.  Sin arriba ni abajo, sin ojos, su incipiente ser  hegemonizado por el olfato. Huele: aire almendrado antes de la almendra, aire de escarcha de almizcle, antes del almizcle y la escarcha. Madura. De a poco se espesa, triunfa sobre lo informe, adquiere sentido para el color, para la mínima magnitud de la nuez y la vasta magnitud de la galaxia. Ya pregunta, sin idioma, sin saber aun preguntar, por el turrón, la arenilla, el cartabón, las azoteas, el Eros y la cigarra. Está solo. ¿Solo? ¿Quién sostiene el conjunto, la balanza, el numeral, la vía que conduce al tiempo y al lince?

 

En un espacio delineado, convocante, con respirar de pez y extensión de polo a polo. Sopla melodía, sustancia, nombre común y nombre propio, miel de sílex, azar y espejo. Mira. Rompe la cáscara, atraviesa la empalizada, entiende que lo que mira se dispone como en facistol, agujereado y rocoso, atisbado, en oleaje, plasmático, infuso, volcánico, fijado en naipe, en metal, en molino y remolino.

 

Rasguño. Saliva. Buey y pozo. Hilos. Líquidos. Eco. Polvos esparcidos. Animales lentos y veloces. Cielo y albañal. Una risa. Una astrología extendida en mapa. Un conjuro. Lo áspero, lo suave, lo tenue, lo patente y lo insinuado, aspas, la tormenta, el temor a lo oscuro, sombra de árbol sobre fluir de río, una naranja mordida, paños, brillo de la plata en una afiebrada visión antes de llegar a la casa. ¿Cuál casa? ¿La hecha de espuma, la fijada con clavos al viento, la del caracol, prolongado rastro de baba sobre un tablero de ajedrez, la que fosforece en la decapitación y al caer la cabeza penetra por las órbitas vacías y devuelve visión a lo yacente?

 

II

Por una misma vía, desde un fondo común, el élitro, su música en ansiosa frotación, el vino en tonel, la mano que se hunde en el agua, la letra que pende como una plomada sobre el repaso del deseo, la insistencia de la respiración, el doble juego de modulaciones y arcanos. ¿Cuánto de mineral, cuánto de rocío, cuánto de vidrio en fundición hay en el ser que ahora encarna entre gloria y embutido?

 

Una virtud teologal servida como antipasto. Una teología que se ingurgita. Un dios menor, sometido a silla baja. A ayuno. A esperar en estaciones vacías, en bolsillos con alcanfor, en aceite que no crepita, en silabeos de aprendiz a horcajadas sobre un perro sin patas. ¿Entonces, qué del humano, Delacroix o Sócrates, en bote pétreo, en buque fantasma, en nave de locura, en balsa estoica, en arca de diluvio de oscuro a más oscuro hacia hipotéticas naciones pequinesas, guaraníes?

 

III

Ve alimento en el ozono. Ve resonancia en la piedra pómez. Ve aluvión en el hastío ante escena, novela malas. Ve crepúsculo propicio en el mundo que se despeña. Ve un sol y otro sol donde no los hay, donde tal vez nunca los hubo. Ve éxtasis en el pie sin calzado, en el desapego, el rechazo, la ponzoña, el disperso azafrán, el aposento subterráneo. Ve en espejo y sin espejo, en el trueno una brújula, en el perseguido un ruido que sobrepasa los ruidos del sismo, en el silencio una insistencia de cuerda y laúd, en la sequía un carretel, en el susto una canilla abierta a la sed.

Es sucesión de figuras en número de nueve. Aquí, por un tiempo, se suspende el tiempo. Antiguo libro abierto en la página donde un embrión se acurruca. Una conversación acerca de contornos, vocaciones, invocaciones, lados de triángulos y símbolos de esferas, trueques, acuarelas de perdices y rosas, transiciones, apariencias, sobrevuelos fugaces, delicias en remotas recepciones. Y, también, tal vez al mismo tiempo, en otro plano, llaves hacia el desnudo, la marina sobre el empapelado, una música sin médula que no escuchamos, haremos suntuoso cada abrazo –nos decimos, cada fragmento de la escena en movimiento barroco aunque si hubiese un testigo éste vería apenas una lámpara con pantalla que titila una vez por minuto.

 

IV

Azurita: la bondad se desliza  sobre un plano inclinado, se muta en perro fiel, a la sombra del amo. Granate almandina: arte de visitador, saco cosido con hilos de araña, para quien da lo mismo cueva que estación. Fosforita: párrafo de Valéry, subrayado en rojo, mientras afuera del cuarto las horas adquieren púas, agujas. Plata y calcita: figuración de muerte, disipada por un juego de dados, una caricia furtiva en un bazar. Cristal de roca: Desnudo, ante el espejo, siente que algo espléndido, de abismos, lo roza, asustado se viste, huye. Pirita: primera persona del singular, guiño de lo invisible, penumbra que en penumbra germina. Cuarzo: tal vez Balthus, su modelo con sexo a la vista, un leve rasguño en el vientre, sobre la hornalla próxima agua que hierve en una olla olvidada, se evapora. Espato de Islandia: vitrina con taxidermias que un niño observa sin espanto. Amianto: ¿irradiación de un secreto conjuro, resguardo del sorprendido por el rayo, uña de cabra, pecíolo, colibrí dormido antes de la elaboración del rocío?

 

V

¿Qué me viste? ¿Qué me desviste? Si llegué ciego a la instancia del compás. No vi el círculo que sí vio desde arriba el ave. No vi el alimento prometido, cómo se unieron las sílabas para formar el mundo, el metal raspando la arena hasta que el profundo coro fue revelado, la última interjección en boca de Klimt ante los arremolinados desnudos que le anunciaban el fin del arte y el comienzo de la infinita cena sustanciosa, submarina.

 

Rotación y traslación que no comprendo. Lo que sí entrevió Leonardo, ágil lector de caos de colas de potros, disponedor de un orden con vuelos y brillos de luciérnagas. Lo que sí ve desde su inexistencia mi hermano, pleno en su estado de quelonio sin error, sumergido por entero en yodo, en otros humores. 


VI

Vapor en hechizo, como arpón hasta el Pez, justo en el centro. Huele a materia de estrella, rectificada por música, a ciclo arbóreo, al cabo de la conjugación y la brisa. Huele a infusión, a profusión, a encantamiento, a llave subrayada, a cita lunar, desplegada y evidente. Presente y porvenir, atados con un mismo hilo, que recibo de manos blancas e íntegras, frutos de ninguna Física, nacidas del encuentro entre una esencia y un destello.

        

CARLOS BARBARITO: nació en Pergamino, Argentina, en 1955. Su obra publicada hasta el presente incluye libros de poesía y sobre artes plásticas.Sus textos sobre arte y literatura y su obra poética fueron traducidos, en parte, al inglés, al francés, al portugués, al italiano, al griego, al persa, al holandés, al filipino y al turco.

Se desempeña como corresponsal de la revista Matérika. barbarito3@hotmail.com

Carlos Barbarito
“Desde el aposento subterráneo”

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