A Eva Schnell, parceira.
ALFONSO PEÑA
En el mes de noviembre del 2014, tuve el privilegio de visitar A cidade Maravilhosa (Rio de Janeiro). Llegué de mañana y me alojé en una “pousada” en las cercanías de la avenida Nossa Senhora de Copacabana.
Después del primer cafesinho, a la playa, a dar una caminata por el calçadão. Eran las diez de la mañana y una gran algarabía se desplegaba multicolor; se entrecruzaban los paseantes sudamericanos, japoneses y alemanes, los rapazes hacían gala de sus habilidades deportivas, las meninas caminaban con sus cuerpos oscilantes y bronceados, los botecos y bares repletos de fregueses.
La brisa del mar azul cresteante con cadencia movía y hacía girar alguna canción de Chico Buarque, Roberta Sá, Toquinho. En la playa los garotos soltaban las pipas y jugaban con una bola de futebol y en el horizonte marino los catamaranes y veleros se agitaban. El lento recorrido por la calzada (y la cuidada ciclo vía) estuvo plagado de situaciones hilarantes y llenas de gracia. Los “arranha-céu”, donde se asientan hoteles cinco estrellas y condominios de lujo, formaban una gigantesca cortina gris de varilla, vidrio y hormigón.
Por la noche, acompañado de “um chope” (Cerveza Brahma), me instalé en una banca de cemento en la avenida Atlântica y me adentré en el viaje por las páginas del nuevo libro del escritor carioca.
Con esta edición, Rubem Fonseca, cumplió 50 años de estar activo y vigente con su producción escritural. Amálgama, está configurado de 34 textos, donde los cuentos breves, la poesía y la prosa poética se confabulan, interactúan, se fusionan como un mosaico lúdico, erótico, violento, desnudo e intertextual.
Sorprende –gratamente– que un autor de esa edad (88 años), conserve intacta su lucidez, su creatividad y su vitalidad para producir estos textos. Es una miscelánea de creaciones descarnadas, implacables, violentas, sin embargo, de una brillantez extraña. Considero que es un libro rudo de leerse. De los volúmenes que golpean al lector, de entrada, no más.
En Amálgama, se subraya la onda de Fonseca, “negra y marginal”, linda con la economía del lenguaje, incluso a veces sus textos se transmutan en estampas minimalistas, está construido de frases llanas, sucintas, no obstante, con argumentos insólitos. Por momentos, nos recuerda sus libros de gran factura: Feliz ano novo, Os prisioneros, o la afamada Lúcia Mc Cartney.
En el itinerario por el volumen, percibimos que la mayoría de los textos están localizados en puntos referenciales de Río; no el de la propaganda para turistas del Pão de açúcar o el de los bares y restaurantes glamorosos, sino en el Rio de las favelas y barrios extremos o quizás, zonas no sagradas, ni de elevado confort. Para el autor, la denuncia social dejó de ser su axioma total. En esta nueva incursión por la palabra, Fonseca, se reafirma, como el cartógrafo de la descomposición social de las megalópolis brasileras, sin embargo, lo ejercita con una mirada expectante y catalizadora, que lo lleva a permanecer más allá del bien y del mal.
Por Amálgama, transitan sus señaladas obsesiones: malandros, enanos, psicópatas, sicarios, enajenados, poetas y escritores frustrados, ciclistas vengadores, asesinos de gatos, psicoanalistas que se acuestan con sus analizados, etc.
La palabra Amálgama, tiene sus orígenes en Arabia y China. Sus connotaciones lingüísticas se relacionan con la mixtura de elementos, la unión de metales, la fusión de pasiones y también la alquimia. De ahí que Fonseca que es un consumado lector y también un analista de “las literaturas”, nos coloque en la encrucijada de descubrir y develar su propuesta escritural. En el libro, además de “saltarse” los géneros, el artista carioca, propone una fluidez entre los diversos contenidos, los acertijos y la imbricación y la conducción de las tramas y sus significantes. Descontado que el volumen también es un ábaco del ejercicio estético y experimental.
Como es su hábito (en no pocas de sus publicaciones lo ejercita), Rubem Fonseca, proclama y articula su código ético, en el texto llamado Escritura, nos apura a reflexionar, y, quizás, para el mismo escritor, sea un modo de exorcizar sus propios espectros:
“El narrador mientras mejor es, peor le va, sufre más, después de algún tiempo no soporta el ahogo. Los más sensatos, si es que podemos llamar sensatos a esos individuos,ya dije antes que todos los escritores están locos, los que conservan algún juicio, que son pocos, desisten en el auge de su carrera, dicen BASTA, para desesperación de sus admiradores.
Los demás, cada vez más exasperados por esa insana actividad, se entregan a las drogas o se suicidan.
¿Y yo qué voy a hacer?
Esto debía ser el tema de un poema, pero yo no tengo pacto con el diablo.”
En las 34 fusiones de Amálgama, el escritor carioca, despliega un desfile fantasmagórico y desaliñado, perturbado y henchido de sucesos violentos, no queda en pie soporte alguno, ni títere con cabeza, las perversiones y las metáforas del espumarajo están a flor de piel:
“Sé que nadie es inocente, todo el mundo cometió alguna transgresión, alguna maldad o crueldad, si yo fuese religioso, diría, cometió algunos o varios de los pecados capitales: avaricia, gula, envidia, ira, lujuria, orgullo, pereza…”
Los temas reciclados son frecuentes en el volumen: así es como volvemos a toparnos a un enano que en un famoso texto de hace unos años fue embuchado en una maleta... Los diálogos exaltados y eróticos entre los pacientes y las psicoanalistas… El muchacho que anda en una bicicleta por las calles se convierte en una especie de vengador: detesta el detritus, la maldad, los ámbitos sórdidos, y como solución arrolla con la máquina a los transeúntes malsanos en las calles de la ciudad… Ese muchacho nos lleva a pensar en el narrador del célebre cuento O cobrador, publicado hace algunos años. Es un sujeto que le cobra a la sociedad su desgracia: –Según él, “la sociedad le debe comida, relojes, dinero, vaginas, la dentadura, automóviles…” Odia dentistas, comerciantes, industriales, abogados, médicos, ejecutivos… “Esa canalla entera, me debe mucho…”
En Amálgama, logramos identificar el empleo del guión cinematográfico. Muchos de sus textos tienen esa huella, tan cara a Fonseca. En diferentes ocasiones lo ha afirmado: “Soy un cineasta frustrado”. Algunas de sus novelas y cuentos fueron llevados a la pantalla grande y la televisión. El mismo ha escrito guiones para el cine y ha adaptado obras de otros escritores.
En una entrevista distante (una de las pocas que Fonseca, ha concedido a la prensa brasilera), Rubém Fonseca, declaró: “Recuerdo que antes de aprender a leer yo iba mucho al cine y ya hacía películas en mi cabeza… La sintaxis cinematográfica, usada en la literatura, permite muchos matices. Cuando yo boceteo una historia, al mismo tiempo, ella se realiza en mi cabeza…”
En Amálgama, se revalida el pensamiento fonsequiano: “El escritor es un cronista de la condición humana…”
Escalante, 2015.
ALFONSO PEÑA (San José, Costa Rica)
Narrador, ensayista, editor. Entre algunos de sus libros publicados, mencionamos: Noches de celofán, Desde el centro, La Novena Generación. Colabora con diferentes medios culturales del Continente y otras latitudes.
El retrato de Rubem Fonseca, fue creado por el artista Michael Picado, especialmente para este texto
Rubem Fonseca:
“Yo no tengo pacto con el diablo”
Rubem Fonseca retrato de Michael Picado.
Muestra gráfica:
Dossier:
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Matérika 10