BOSQUE SONÁMBULO
7
Vivo a veces en las calles de Chernóbil,
seguro de que tanta ruina también ha sido mi hogar,
y de que el hogar no es siempre un rincón generoso,
sino la región más vulnerable, el parque de juegos mecánicos oxidados,
los barrios tomados por las enredaderas nudosas.
Deambulo en las salas donde solo habita el roedor, el roedor invicto,
y trato de imaginar las risas que hubo, lo que se habló en torno a una mesa,
las quejas que dejaron los amantes en los lechos,
las luces que encendieron los juguetes mutilados en los ojos de un niño.
Atravieso los jardines con hierba mala, la que no perece,
la que no podría arrancar ni el mismo diablo de Chernóbil,
el que lo habita todo, invisible,
y entiendo la melancolía de las hojas al caer,
como sílabas de una voz enferma que pronuncia mi nombre.
9
Por tiempos no queda más que lo perdido.
Y esa es la única siembra.
La única cuenta en el banco.
Nadie sabe cuál será el próximo peldaño.
Si hay mejor ambiente en los sótanos,
donde van a escorar los viejos muebles,
los horribles maniquíes que ríen solos.
Hablamos cada vez más con aquel que nos habita.
Muy poco ya con la gente.
La gente que comienza a deshojarse
y a llenar el tiempo como un extraño resplandor.
11
Tu ausencia me borra el rostro.
Mis pasos en las calles.
Los nombres que sabía.
Los miedos que tuve.
Y dibuja nuevos miedos, nuevos rostros,
extrañas callejuelas,
cuyos nombres ya no sé,
miles de letreros de un idioma
que no puedo pronunciar,
cientos de soles que parecen los dolientes
que me llevan al entierro.
Temo por mis pensamientos indebidos,
insanos, como enredaderas sucias
en las paredes antiguas,
son puras imágenes viejas,
lastimosas imágenes de opresión,
donde hay pájaros que vuelan y son cazados.
Donde hay paisajes que se oscurecen
y donde voy buscando un refugio.
Tu silencio me vuelve a mí sonriente.
Me río más de la cuenta, en medio de pocas risas,
y me vuelvo a ver las manos
cuando escucho carcajadas.
Me toco la piel, siento mis huesos,
más que nunca
en medio de tu ausencia,
asombrado de un cuerpo firme,
como si me lo acabaran de coser al espíritu,
a la pura vibración de los átomos.
Me acaricio en los baños,
me gusta sentir que no soy de humo,
como tu mirada,
que busco tanto en la insoportable luz.
12
Se me hace costumbre llamar al mundo de los muertos,
volver a marcar sus números telefónicos olvidados,
esperar a que se escuchen sus voces…
despolvorear su ropa percudida, sus retratos infinitamente solos,
ir en pos de su fragancia como un perro que huele
las sobras de la última cena.
A la orilla de una autopista
cortar hierbecillas silvestres,
o patear filtros de cigarros o latas aplastadas,
y encontrar trozos de documentos raídos
donde aún se aprecia una foto, un nombre,
una soledad de residuos de nadie.
Mirar el sol sumergido en nubes de lluvia,
nubes que son redes fantasmagóricas
donde el sol está secuestrado y moribundo.
Y saber que todo está en peligro.
Y saber que todo es cierto.
Se me hace cotidiano ampararme en sombras,
sintiendo el corazón como un feroz pájaro
que me picotea entre las costillas,
hambriento de libertad, espantoso.
19
Soy el anfitrión de la niebla cada tarde.
Y la espero sentado a la mesa,
sin que ya me impresione oír sus pasos acercándose.
Parece una multitud silenciosa,
con ojos sombríos y pies hinchados.
Una procesión de semana santa
con sus personajes de yeso.
Ahora le conozco sus reacciones
como se terminan de predecir
las tácticas de un gánster.
Es otra rata de la casa, otro familiar irremediable,
otra silla abstracta,
otro sueño cruel que vaga en pantuflas.
21
Sigue doliendo el alma porque el cuerpo ya no duele.
El cuerpo es un viejo carretón
que solo lleva cargas,
y puede dormir mientras todo lo demás está insomne.
Tiene que ser el alma la que da vueltas
en la materia viscosa
como una culebra invisible
que no ha sido encontrada por los cirujanos
mientras meten el bisturí.
Tiene que ser un pozo
en algún sitio que no es la carne
lo que espera ser llenado
y continúa abierto al mundo
con un hambre desmedida.
Tiene que ser un yo aparte de los huesos afligidos.
Un yo de miedo
con su bandada de navajillas de afeitar
que aletean en los ojos mismos
de mi futuro fantasma.
28
El terror de que todo entre en el olvido,
también será olvido.
Estas largas tardes donde hablo solo
temiendo quedar sin tu memoria,
no serán ni siquiera rescoldos en el tiempo.
Este rencor vano que escupo en el agua llovida,
este llanto en el rincón del almanaque,
donde nadie puede verme,
no serán más que el mismo silencio que me das ahora,
la misma imagen borroneada
en los sueños que fabrico para verte.
31
Cierro los ojos para verte en el seno de mi honda oscuridad.
Y me aferro a la imagen de un pasado que no es pasado.
Una imagen tuya donde cifro mi desamparo presente.
Abro los ojos en un mundo donde ya no puedo aferrarte.
Un mundo que es como un torrente sanguíneo
que nutre las células de un monstruo.
Lucho para convocarte en este momento demoledor,
en los segundos que van a galope,
consumiendo las cenizas,
los gestos, las palabras que se dejaron decir,
y que ya nadie recuerda.
Cierro los ojos como para atravesarme a otro mundo,
como si buscara la poca luz
en un recóndito planeta donde pueda empezar de cero.
33
Te oí tocando la puerta de metal
y salí a buscarte con la expectativa máxima de un loco.
Suspendí la certeza, me entregué a un deseo delirante.
Te soñé mientras confirmaba la huella de tu sombra en la acera,
como si me hubieras esperado demasiado.
Corrí hasta la esquina, pronuncié tu nombre,
como si cada sílaba lograra edificarme en esa noche
donde he dibujado grafitis demenciales en las paredes.
Y esperé que pudieras asomarte por una ventana
de esa muerte burlada, de esa muerte vergonzosa,
como si robara aliento de la misma desolación.
35
No creímos que el desamparo tuviera una fuerza.
Y tiene una fuente.
En la mitad del camino que solo es humo, va surgiendo
como una soledad bondadosa,
un clima donde parece que el daño no puede profundizar,
donde la estocada no llega al fondo.
Y en la agonía de cada tarde que arrastra
como un garfio
la vida
hacia el polvo del verano,
que trata de dejarnos sin la voluntad para responder
aunque sea con una pregunta,
nos valemos de la ausencia de toda respuesta,
nos valemos de no valer.
No creímos que el desamparo tuviera un hogar neutro
donde la espera inagotable no tiene sentido
y por esa falta de sentido
es posible ya estar serenos sobre una silla.
GUILLERMO FERNÁNDEZ nació en el año 1962, San José, Costa Rica. Es autor de los géneros de poesía, cuento y novela. Se graduó de la Escuela de Filosofía de la Universidad de Costa Rica en Licenciatura. Ha sido profesor y editor. Actualmente trabaja como consultor en capacitación. Escribe comentarios de libros y otros temas en diarios y revistas. Los poemas publicados pertenecen al libro inédito, “Bosque sonámbulo”.
Guillermo Fernández:
Poemas
Guillermo Fernández
Muestra gráfica:
Dossier:
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