Eunice Odio: 
El ágata de fuego

Eunice Odio

Raúl Henao

Sorprende que la poeta costarricense Eunice Odio (San José, 1919, México,1974) señalada por el poeta chileno Humberto Díaz Casanueva como “uno de los más puros, más trascendentales talentos poéticos de mujer de la América Latina” y su libro, El Tránsito de Fuego, como “una de las obras poéticas más vastas de América, una enciclopedia de hechicería lúcida” Sea, al momento presente, tan patéticamente desconocida en el ámbito latinoamericano como lo fuera en vida.

Otras poetas, en sus comienzos desconocidas y poco leídas en sus respectivos países, como Olga Orozco, Marosa di Giorgio o Blanca Varela, han ido ganando lentamente el favor de los lectores de poesía y su obra circula actualmente en México, Argentina, Perú o Venezuela… pero que sepamos, Eunice en el lapso de tiempo transcurrido desde su muerte, hace exactamente 37 años, sólo cuenta con una reedición de su obra completa, que no corresponde a la importancia y el fervor rayano en el culto, que goza entre una elite escogida y difícil, que no ignora que la poetisa costarricense encarna, a la par quizás de Sor Juana Inés de la Cruz, el modelo o arquetipo mágico-religioso de verdadera MUSA o poetisa inspirada, de la que nos habla Robert Graves en su estudio monumental sobre el mito poético:

“La mujer que se interesa por la poesía debería en mi opinión ser una Musa silenciosa e inspirar a los poetas con su presencia femenina (…) o bien debería ser la Musa en un sentido completo: debería ser por turnos Arianrhod, Blodeuwedd y la vieja cerda de Manawr que devora a sus lechones y debería escribir, en cada uno de esos aspectos, con autoridad antigua. Debería ser la luna visible, imparcial, amorosa, severa y juiciosa” (La Diosa Blanca. Editorial Losada. Buenos Aires, Página 580)

En un documento excepcional sobre su vida titulado Eunice Odio/Antología que aparte de su poesía incluye una selección –expurgada es cierto– de la “correspondencia” que la escritora sostuviera desde México con el poeta venezolano Juan Liscano, autor y editor del libro; se transparenta de manera explícita su “alta calidad estética y humana” (Pedro Guillén) su “ser amoroso”(José León Sánchez, su ”ternura ilimitada” (Otto Raúl González) su extrañeza y singularidad que la distingue entre otras muchas poetas de lengua española “Eunice no era de este mundo”(Juan Bañuelos)…Hasta el punto de merecer el dictamen siguiente de uno de los poetas actuales más importantes de su país de origen:

“Su obra pertenece desde siempre a nuestra cultura por derecho propio. Por vocación creativa sus poemas, cuentos, ensayos son patrimonio estimable de nuestra literatura. De allí venimos quienes pergeñamos un poema o escribimos un texto. Son parte fundamental de nuestra historia literaria aunque no se conozcan o no se critiquen o no se lean en nuestras universidades y colegios”
(Alfonso Chase, Nuestra Eunice, Territorio del alba y otros poemas. Página 247)

Pero aunque en la publicación antológica atrás mencionada, que incluye poemas de su primer libro Los Elementos Terrestres (Premio Centroamericano de Poesía.Guatemala,1947) de Territorio del alba, de El Tránsito de Fuego y la correspondencia con Liscano, puede corroborarse la atmósfera supernaturalista que rodeaba su vida cotidiana, también se hace evidente su extrema pobreza material, la soledad abrumadora a la que la redujera su temperamento soberbio e independiente, ajeno al oportunismo arribista, que suele caracterizar a los círculos intelectuales latinoamericanos; a su “apartamiento absoluto” de la política de izquierda en la que había militado en su juventud durante su estadía en El salvador, Guatemala y México, ahora subordinada a los intereses pro-soviéticos del estalinismo internacional, y del movimiento feminista que sólo busca la igualdad laboral y política con el hombre, cuando ella reivindicaba la “diferencia” de asumirse como mujer total, consciente de la importancia que esto reviste en el contexto de una cultura tradicional o ancestral.

Su obra misma, que se inicia como un cántico erótico-espiritual, cercano al Cantar de los Cantares salomónico o al Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, donde se celebra por igual el cuerpo y el espíritu en un sentido que rebasa la concepción dualista judeocristina occidental, toma en la madurez un rumbo polifónico y dramático que nos recuerda el elevado lirismo del teatro griego antiguo, o los dramas poético- metafísicos de T.S. Eliot o Paul Claudel… A la par que conjuga en sus metáforas e imágenes poéticas la revelación y la invención surrealista y creacionista, lo que en ocasiones la vuelve difícil para la generalidad de los lectores modernos, incapaces de seguirla en ese camino trazado por el ejercicio de lo que ella llamara “el intelecto activo” aquel que reviste la agudeza de un cuchillo o el filo de una navaja y donde “la abstracción” –al decir de Humberto Díaz Casanueva– “no se resuelven en formulaciones intelectuales sino en prefiguraciones míticas”.
Hay en ella, por otra parte, la afinidad electiva de adentrarse en aquellos senderos perdidos en el emblemático “bosque de símbolos” del que nos hablara Baudelaire y que la emparenta con poetas como Blake, Novalis, Nerval, Rimbaud, Yeats, Breton, Lubicz Milosz o Pessoa, que a menudo transitan las vías de lo oculto o esotérico. Pero no será el vínculo que la relaciona con la “doctrina secreta” de la enigmática Madame Blavatsky lo que la separe de los lectores modernos, sino la naturaleza auroral, resplandeciente (o resplandiciente, al decir de ella misma) luminosa, angélica de su obra poética… más cercana a la experiencia del nacimiento (¿de una nueva era o edad de oro?) que de la muerte y la decadencia que se avisora en todo el ámbito de la cultura global actuaL.

–Ya Díaz Casanueva anotaba que El Tránsito de Fuego era una de las pocas obras poéticas que en Hispanoamérica puede abiertamente contraponerse al impacto o novedad tanático–depresiva, que a comienzos del siglo pasado produce la lectura de Residencia en la Tierra de Pablo Neruda…Porque no hay en ella ninguna atmósfera o tiempo nublado que vele a nuestros ojos la luz del sol…con la consiguiente ceguera o deslumbramiento que esto produce necesariamente en el entorno de los coterráneos del poeta, aquello que la autora denomina “la inidentificación metafísica”:

“La poesía y el poeta, se ven afligidos, también por el problema de la inidentificación. Todo aquel que crea se ve, en menor grado o en mayor grado, afectado por él, ya sea en alguna parte o en todas partes. El creador extraordinario, el arquetípico es el más inidentificado de todos –a mayor poesía mayor luz, por lo tanto mayor deslumbramiento y ceguera general– Nadie cree que es lo que es y por lo mismo la identificación es imposible (…) Y como a Elías, el profeta, al poeta lo tienen “en nada” y lo hacen padecer. Y muchas veces, como a Cristo, lo matan. ¿Qué en estos tiempos ya no sucede? Yo he visto morir a más de uno, sin contar a César Vallejo. Murieron de abandono y de dolor espiritual, como Vallejo que es un caso extremo (Antología. Página 111)

Terminemos, pues, de rescatar para las letras iberoamericanas la obra de esta gran poeta e imaginera centroamericana, que ha sabido hablarnos, en la oscuridad presente, de la aurora por venir… cuando los planos espirituales vuelvan a ser accesibles para la humanidad. Sabemos que en vida ella ha invocado como su santo patrono al arcángel Miguel que en la sabiduría cabalística es homologable a Hod, la octava sephirath; al Thot egipcio, señor de la magia y la palabra escrita, “la inteligencia absoluta o perfecta” que nos concede como dádiva o experiencia espiritual la visión del esplendor de los mundos… reales e imaginarios.


POEMAS DE EUNICE ODIO


PRÓLOGO DEL TIEMPO QUE NO ESTÁ EN SI

I

Nada estaba previsto.

Todo era inminente.


II

Un día después de un tiempo inmemorial,

mientras el cielo se movía de pie,

de un ojo a otro;

y se pasaba de un corazón a otro

en las ciudades,


el orden del vacío preparaba

una palabra que no sabía su nombre.


(La palabra, aquella, del tamaño del aire).


III

También, potencia descansada, el viento.

alzado tumbador de estrellas,

desde el trueno que escucho sin memoria

esclarecer para contar sus ángeles,

rasgaba los templos ardorosos.


IV

También un toro, sí, también un toro

pálido tenía la cara terrenal

y con su grande uña cardial golpeaba el mundo.


V

Los ríos conjugándose, ordenándose en sílabas de agua,

traían su límite de peces y de fuego.


VI

Apenas se escribían los frutos y los niños,

con el palote antiguo que reunía los verbos

antes en liberat, acéfalos, sin vías

en la ruta d euna mañana eterna.


VII

La noche se soñaba su figura de mayo.

¿Cómo sería su verde partiendo las hojas?

¿Cómo sería su verde ya cercano

a tan claro designio de laureles

y razonado en pétalo profundo?


Quería una palabra para escuchar su color

en la noche.


VIII

Los ángeles buscaban un cuerpo para el llanto,

con el sexo menor posado en una lámpara,

y su peinado, apenas pronombre de las olas.


IX

Las islas navegaban rumbo un pueblo de cobre,

madurando en peceras su sol de porcelana,

más noche y día las encontró la arena,

con el oído al pie de la colmena,

y con sus musgos dando su lámpara ordenada.


X

Más allá de su arrullo, a un año de sus vísceras amadas,

el arpa deseaba su sonrisa, sus tálamos nacientes.


Era ya necesario organizarle la cuerda

y la estatua que crecían a la altura del álamo;

pronto entraría


en sus obligaciones de armonía.


XI

Allá en su edad,

-seca, sin fin memorial de la nieve-

el frío creaba su niñez.

Nadie sabía si era un quelonio mortal,

o el corazón sin fecha de un anillo perenne.


Todos lo amaban y lo confundían

con su asonancia de oro sembrado en el desierto.


Yo lo anunciaba la ciudad llena de cosas jóvenes.

Un día vendría el relámpago a soplarle los hombros,

un huracán liviano lo llevaría consigo;


desde entonces el frío resonaría

con los que lo olvidaron hace siglos,

hace nueve sollozos de abejas insepultas.


XII

El océano sólo era una larga presencia de caballo

alrededor del mundo,


y el caballo era, apenas, un labio descifrado

y pedido de súbito,

sal,

víspera del agua,

ingrávida y solemne.


XIII

Los cristales designaban unánimes costumbres y gestiones:

el humilde epidoto trepaba por el cuarzo

con gecónida para;


y el cristal de roca en su perímetro oscilante,

rehuía los contactos con el hierro,

y al pasar por coléricos destellos,

se afirmaba sin mancha.


XIV

Corderillos adentro, mariposas adentro,

dándole honor al polvo,

colmándolo de azules convenciones y seres imprevistos,

se fundaba la gracia carnal de las ciudades


XV

La abeja resumía en su seno de virgen prematura,

la abreviada dulzura de un padre inagotable.


Fuente: Manija XXXIV, Ediciones Andrómeda, San José, Costa Rica, 2008


POSESIÓN EN EL SUEÑO


Ven

Amado


Te probaré con alegría.

Tú soñarás conmigo esta noche.


Tu cuerpo acabará

donde comience para mí

la hora de tu fertilidad y tu agonía;

y porque somos llenos de congoja

mi amor por ti ha nacido con tu pecho,

es que te amo en principio por tu boca.


Ven

Comeremos en el sitio de mi alma


Antes que yo se te abrirá mi cuerpo

como mar despeñado y lleno

hasta el crepúsculo de peces.

porque tú eres bello,

hermano mío, eterno mío, dulcísimo,


Tu cintura en el día parpadea

llenando con su olor todas las cosas,


Tu decisión de amar,

de súbito,

desembocando inesperado a mi alma,


Tu sexo matinal

en que descansa el borde del mundo

y se dilata.


Ven


Te probaré con alegría.


Manojo de lámparas será a mis pies tu voz.


Hablaremos de tu cuerpo

con alegría purísima,

como niños desvelados a cuyo salto

fue descubierto apenas, otro niño,

y desnudado su incipiente arribo,

y conocido en su futura edad, total, sin diámetro,

en su corriente genital más próxima,

sin cauce, en apretada soledad.


Ven

Te probaré con alegría.


Tú soñarás conmigo esta noche,

y anudarán aromas caídos nuestras bocas.


Te poblaré de alondras y semanas

Eternamente oscuras y desnudas.


                                                                 [Los elementos terrestres, 1974 ]


DECLINACIONES DEL MONÓLOGO


I

Estoy sola,

muy sola,


entre mi cintura de ángeles menudos

como esas caricias

que se desploman solas en los dedos.


Entre mi pelo, a la deriva,

un remero azul,


confundido,


busca un niño de arena.


Sosteniendo sus tribos de olores

con un hilo pálido,


contra un perfil de rosa,

en el rincón más quieto de mis párpados

trece peregrinos se agolpan.


II

Arqueándome ligeramente

sobre mi corazón de piedra en flor

para verlo,


para calzarme sus arterias y mi voz

en un momento dado


en que alguien venga,

y me llame…


pero ahora que no me llame nadie,

que no quepo en la voz de nadie,

que no me llamen,


porque estoy bajando al fondo de mi pequeñez,

a la raíz complacida de mi sombra,


porque ahora estoy bajando al agónico

tacto de un minero, con su media flor al hombro,

y una gran letra de te quiero al cinto.


y bajo más,


a las inmediaciones del aire


que aligerado espera las letras de su nombre

para nacer perfecto y habitable.


Bajo,

desciendo mucho más,


¿quién me encontrará?


Me calzo mis arterias

(qué gran prisa tengo),


me calzo mis arterias y mi voz,


me pongo mi corazón de piedra en flor,

para que en un momento dado

alguien venga,


y me llame


y no esté yo

ligeramente arqueada sobre mi corazón, para verlo,


y no tenga yo que irme y dejar mi gran voz,


y mi alto corazón

de piedra en flor.



                                                              [Territorio del alba, 1946-1954]



YA ESTÁN LOS CINCO SENTIDOS


Ya están los cinco sentidos.


Puede empezar la gran aventura ineludible,

y la agónica paz del nacimiento,

sabe extenderse a su mayor medida.


Ya están los cinco sentidos,

los estrados en que puede acabar o detenerse

esta veloz carrera impredecible.


Ya están los cinco sentidos,


Inhábiles criaturas que aprenden su organismo.


Tienen esa inocencia de sí con que se olvidan,

Son habitantes puros del tacto y el abrazo;

Más de otro modo vivirán conmigo.


Nada saben de sí,


de cómo eran antes de su memoria,

de cómo el paladar esperaba su autora,

que le trajera un tacto de piel en la garganta.


Nada saben de sí,

pero andarán conmigo desde el alba,


en esta inmensa soledad del cuerpo

donde les mostraré su aposento de gracia;

y a cada cual le enseñaré lo suyo diciéndolo,

hiriéndome,


bajándome a la sangre;


haciendo la profecía de la harina y el agua

–cuando la harina sea un presentimiento

de retorno al olvido–

Diciendo la palabra que da un temblor de piedra

sobre piedra en el alma,


la que no traerá paz sino guerra,

y hará dudar al grito contra el grito,

y a una dimensión contra su hermana.


La palabra que hará remontarse a las cúpulas,

la que florecerá en la lengua del muerto,

nueva palabra desnacida y ciega,

reanudando el origen del silencio en el verbo.


                                                                       [El tránsito de fuego, 1957]



DÉDALO


Un día, bajo el suelo de Dios nació lo oscuro,

lo sin partes de amor, lo sin memoria.


Lo llevó Dios al fondo de su mano, y dijo que era bueno.


Después, antes del tiempo,

(antes de que acabara de crecer el relámpago),

parpadeó un Ojo eterno;


la atmósferica mano trazó un signo,

selló sus vastos límites y dijo:


su espuma es el silencio.


Sólo ha de sojuzgarlo

aquel cuya palabra es un acto amoroso,

un movimiento en llamas.


Lo he clausurado.

He guardado su cifra bajo losas de fuego.

¡Ay de aquel que lo abra si su aliento,

nos es la medida exacta de las cosas!


¡Ay de aquel que lo abra si no es el implacable,


el fuerte,


el señalado!


Fácil es el acceso a la morada;

Pero salir de la luciente casa es tanto como hallarme


a mí,


que a muchos años de la frente me encuentro,

cuando estoy en mi espalda.


¡Ay de aquel que vague por mi mano sin hallar la salida!

¡Más le valdría no hallar calor,

ni salto, ni paz de nacimiento!


Me llamará y no he de responderle.


Querrá buscarse en Mí,

y no habrá de encontrarme.


¡Ay de aquel que penetre lo sellado,

y no halle jamás le tenebrosa puerta!


Su figura será soplo desordenado,

Desorbitada carne dividida.


¡Bendito el combatiente, irguiéndose

en su fuerza dolorosa!


¡Bendito el penetrante cuya fuerza es del día,

cuya ciencia es la ciencia de la rosa!


Él es roca que no esperó humedad y fue florida;

actitudes de ala, vagas cadencias de oro la vistieron,

musgos le aligeraron la substancia,

designios del verano la eligieron.


Después de penetrar y combatir,

sólo él hallará la salida;


a sangre y fuego traspasará la quieta levadura,

hará el viaje de ida y regreso a las cosas.


Sólo por él la desolada puerta tendrá una larga llave,

una llave construida de abismos implacables,

de murmurantes rayos;


incontenible,


murmurante llave.


Llave para pasar, de la corteza,

al fondo del íntimo follaje,


del follaje a sus cielos interiores,

sólo alumbrados por la faz del agua,

sólo tocados por mi gran silencio.


Ahí estará en la vasta cerradura,


oída por el aire,

desmesurado y húmedo su espacio;


y sólo ha de encontrarla el elegido,

el que ha de ser testigo de lo nunca escuchado.


                                                                        [El tránsito de fuego, 1957]



RAÚL HENAO (Cali, Colombia, 1944).

Poeta y ensayista. Entre algunos de sus libros publicados mencionamos: Combate del carnaval; Sol negro; La doble estrella; La belleza del diablo. Participa en Congresos y Festivales de la poesía hispanoamericana.


Contacto mediumnimico@yahoo.com

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