El Spleen de San José
Algunos apuntes sobre “Herida de mordiscos” de Guillermo Sáenz Paterson.


PAUL BENAVIDES

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Como todo poeta maldito, Billy es en esencia un poeta místico. En sus poemas se percibe la influencia de los grandes místicos españoles, como Fray Luis de León o  Santa Teresa de Jesús. Es preciso aclarar que su huella en la poesía de Billy Sáenz estaría en la afinidad que se asienta en la vía intuitiva de su búsqueda poética, pero no en el objetivo de esa búsqueda.  Ambos, el místico y el poeta maldito, indagan en el misterio de lo oscuro imposible de hallar a pleno sol, entre los lindes impuestos por la pedestre realidad. Entregados en su afanosa búsqueda, reciben el don de la iluminación para percibir intuitivamente y no por medio de la razón, el sentido de lo arcano y de lo oculto, negado al hombre común. Pero hay una diferencia sustancial. Mientras el místico busca a tientas a dios, el poeta maldito indagará en el secreto de lo humano. De lo humano desacralizado, de lo dionisíaco, de lo carnal.

En su libro Herida de Mordiscos, Billy Sáenz ausculta la profundidad que es a un tiempo, cumbre y superficie. Cuando baja a las profundidades lo que encuentra es un ángel caído, desmelenado, en la esquina de un bar descompuesto donde encalla la noche. Y cuando asciende a la luz, lo que halla es un demonio, con formas de mujer y ojos masculinos, en el que el amor clava sus garras, le arranca la piel, le saca el corazón y se lo come, y lo pone a caminar por las calles de Barrio Amón.

La poesía de Billy –no ese opaco sujeto lírico de los teóricos literarios– traspasa y transgrede la barrera invisible que divide el paraíso del infierno, el cielo del averno, el día de la noche. Su poesía supera el tiempo humano y lo vulnera, lo inhibe, para crear deliberadamente un tiempo no humano, eterno: el tiempo de los poetas y de los locos.

Romántico puro como todo maldito, el poeta Billy Sáenz fue alguna vez un niño de buenas maneras, de sanas intenciones y de delicados gestos. Pero luego ese niño toma consciencia. Se desdobla en un ángel que busca la oscuridad, que es luz invertida, puesta de cabeza, trastocada por el hálito creador, y es a partir de ahí donde arranca su viaje iniciático, ese periplo a las profundidades de lo “oscuro iluminado”.

El poeta se deja ir en el abismo, desciende en caída libre en la profundidad del no ser pero que es, que aspira a ser, y una vez en la hondonada busca el amor, ese nenúfar turbio que crece en la ciénaga, esa flor del pecado abierta y disponible a todos, pura y agradecida, maldita y angelical, dispuesta como rosa ávida de sexo y de dolor.

Solo hay luz ahí en lo oscuro. Esta es, como sabemos todos, la profesión de fe del poeta maldito. En la profundidad de lo oscuro el amor es sublime. Adquiere carácter póstumo o vital, liberador y rotundo. En la muerte está la vida. En el sucumbir está la búsqueda. La ruta que el poeta sigue hasta llegar donde la copa rebosa, de whisky o de soledad.

Es preciso decir que en la poesía de Billy no hay limbos, lugares neutros. No hay claroscuros.

En su poesía como en la poesía de Rimbaud o Baudelaire, hay una cosmogonía hombre-ciudad-mundo-noche-desgarre, donde tiene origen el vuelo metafísico presente en sus poemas, siempre vertiginoso, caótico, destructivo, dionisíaco, absoluto. No hay poesía si no hay disolución en la muerte o el amor. No caben medias tintas, o noches tibias, o cálculo o premeditación que evada el precipicio. Todo se da, nada se posterga, persiste la entrega hasta fundirse en un solo movimiento con la noche y su caos. El poeta  si de verdad lo es, debe consumirse hasta el tuétano en el fuego, y no debe al final velar por sus cenizas.

Será en la premisa que postulara Mallarmé : “La belleza será convulsa o no será”  donde se encuentra la sustancia y la forma de la poesía de Billy Sáenz. El canon de la belleza clásica, con sus ángeles delicados de formas limpias, los arcángeles de rizos rubios y ojos castos, las musas perfectas y estilizadas tipo “Cosmopolitan”, se caen a pedazos en sus poemas. En el esperpento está lo bello, en lo bello está lo  grotesco y viceversa. La puta malsana y bizca, quieta en cualquier esquina de la noche, los travestis de formas duras bajo el umbral de alguna luz débil, el homosexual que agita su mano para espantar la soledad o su sombra, son seres de carne y hueso, y a la vez metáforas de seres desterrados que buscan el cielo y el infierno o ambos,  aquella ciudad maldita que les ofrece como consuelo, alguna forma degradada de amor o de esperanza.

Ya sabemos que la poesía maldita y la de Billy lo es, fragmenta y lanza por el aire las buenas maneras, los barroquismos y los prejuicios de la sociedad burguesa y bien pensante. Y lo hizo ayer, lo hace hoy y lo hará siempre.

La machacona insistencia en su poesía de ese universo de figuras esperpénticas, guarda alguna similitud con las Pinturas Negras de Francisco de Goya. Tales imágenes golpean como un mazo y poseen una hondura sensitiva, una voluntad de sentido que interroga e interpela la imaginación como ese viaje del paraíso al infierno, pasando por las calles de San José. Hondura mística que es una de las lecciones que nos da el poeta.

En el Spleen de Billy Sáenz o en su nostalgia de la ciudad, hay asco, desagrado, repulsa, pero hay también nostalgia, amor, rebeldía, una profunda búsqueda interior que yo llamo mística, rebelde y subversiva, que interpela lo estatuido, la moral, los lujos del poeta diurno y oficial, los premios, los reflectores y las cámaras que alimentan el ego del escribiente pendejo y vulnerable a los flecos de la fama.

En esta poesía, como en toda poesía maldita de verdad genuina, desnuda de enseres y de vanidades, hay una ética ejemplar que hay entender y aceptar. El poeta no necesita de plañideras, corifeos y adláteres que loen su poesía.

El poeta como un pequeño dios o demiurgo de las profundidades de la noche, canta sólo, está sólo, llora sólo, sufre sólo, frente a las profundidades de sí mismo, sin más público que su soledad y una mujer que en la esquina de un bar le lanza una mirada, absoluta de amor, con esa ternura estrábica  y ambigua de las mujeres bizcas.

Poemas de Guillermo Sáenz Paterson

ERA EL ATARDECER EN SUS OJOS


Tanta belleza solo es posible en el cielo.

Su pelo era el infierno y su boca fuego.

En este bar la esperé hundido en el sorbo de un trago.

Y mi mirada la vio volando como un ángel.

Esperé en un segundo una eternidad.

Y nos vimos en la habitación mirada con mirada.

No era un poema sino la vida misma.

Y de la mano y sin rumbo callamos al destino.



EN EL BAR


La media botella de alcohol que hace feliz a los pobres

es igual a los millones que reciben los ricos.

Y los locos y los poetas

son iguales al homosexual que mira pasar y conquista.

Por eso la belleza suprema está en el pasar y en el morir.

Mi metáfora terrible

Está en un beso diabólico,

un mordisco más allá de la metafísica.

Tarde llegué a todo y tarde abandono la vida.

Si quise conquistar el cielo conquisté el infierno

Odio ser poeta

Porque siento más allá de todo.



NOXIA


Noxia, las olas seducen tu llanto.

Te sumerges para siempre en el mar.

Regresas a la séptima dimensión,

al círculo del eterno retorno.

Una gaviota hiere tu ojo,

Y ensangrentada mueres en las rocas.

Lejos está el dolor en la casa materna

Y el olor de los nísperos.

Noxia, tu palidez está

en el espejo de las aguas.

Te miro desde las estrellas.

Desnuda, con la túnica del amanecer,

caminas  hacia mi habitación.



A LUCY


Era vieja y depravada

y la acompañé con vinos y quesos.

Y me enamoré de ella como las flores de los cementerios.

Sentí su perfume letal.

Su mirada profunda

y nerviosa me penetró.

Me penetró hasta los huesos de la tierra.

Morí en ella como los pétalos de las iglesias.

Corre el viento por mi pecho desnudo

y en el abismo la espero.



EL LOBO PÚRPURA

A David Maradiaga


No fue el aullido sino la vida descarnada

Un trago en el abismo, y más que el abismo un infierno.

Porque el infierno tiene su cielo,

y es la morada de los poetas.

David, todos los lobos tienen su recorrido

y es seguir las estrellas.

La muerte es segura

para los que se atreven,

los que se atreven a descifrar la poesía.

Por eso moriste joven,

sereno y auténtico.

Las estrellas se apagaron

en un delirio de pájaros negros

y el sol cayó en agonía.

Todo era muerte

cuando vomitaste tu último suspiro.

Era la medianoche

y llegaste tarde al bar.

Más que amigos

éramos enemigos del amor y la esperanza.

Porque para nacer hay que odiar.

Y en el odio se albergan las revoluciones.

Revolucionario eras en aquel bar,

lobo consentido por el pecado y el licor.

Poeta de los tugurios y las calles,

sonreíste al peligro.

Pero esa sonrisa era más terrible que las madrugadas.

David, te veo lejos,

lejos como una sombra maldita.

Y los que te amaron pasan hoy indiferentes.

Como un perro herido tu poesía me llama.

Tarde abandonaste mi casa

a un lugar que se llama nunca.

En esas noches infernales

donde los poetas aman,

tú desciendes a la tierra

y floreces como un árbol lleno de frutos.


GUILLERMO SÁENZ PATERSON (San José, Costa Rica, 1944).

Poeta y ensayista. Entre algunos de sus títulos publicados

mencionamos: La Oda al Márquez de Sade; Paranoxia; Herida de Mordiscos.

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