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Adriano Corrales Arias

Escribir sobre Tomás Saraví no es fácil. Su alta y corpulenta figura engloba una serie de quehaceres, saberes, placeres y labores. Fue un hombre polifacético. Lo conocí muy orondo en la redacción de la revista Aportes, una publicación que hizo época en la comunicación alternativa costarricense. Era su editor, creo, y más tarde colaborador cuando esa tarea le correspondió a su coterráneo, el poeta y periodista Jorge Boccanera.
Había llegado en los turbios días de la contrarrevolución nicaragüense para trabajar con la radioemisora Radionoticias del Continente como vocera de la resistencia argentina que intentaba contrarrestar la presencia de la Voz de América en la zona norte del país, San Carlos, específicamente. Radionoticias, portavoz de los revolucionarios centroamericanos y de los movimientos de liberación del continente, fue bombardeada y asaltada por mercenarios presuntamente de la CIA y de la Contra financiada por Reagan y secuaces. La cerraron, pero Tomás, afortunadamente, se quedó con nosotros.
Entonces tuvo que sobrevivir haciendo diversos oficios, entre ellos el de payaso en la calle, Santa Claus en navidades, astrologo, o el papel del Doctor Taurus para las señoras burguesas que buscaban alivio en sus quebrantos, presciencia sobre su futuro o cura para el mal de amores. Pero siempre leyendo, escribiendo, editando, asesorando y colaborando con el proyecto Andrómeda con el cual se vinculó hasta su regreso a Argentina, su país natal. Todavía lo recuerdo en los altos del Lobo Púrpura, café/bar donde se agitaban las banderas anarcoandromedianas y se suscitaban las mejores movidas de la bohemia literaria y artística de un San José oculto.
Más tarde lo encontré ya instalado como animador de las incendiarias tertulias en la esquina noroeste del Instituto Nacional de Seguros, o como presentador/orador principal de las exposiciones de Andrómeda en el nuevo local de barrio Amón, pequeña y estupenda galería/editorial/sala de redacción/Taller de la Imaginación/sitio de encuentro dirigida por el siempre animado y creativo Alfonso Peña. Su rubicunda figura rebasaba los silencios de un barrio originalmente aristocrático y hoy meca de artistas, poetas, diletantes, turistas, casas de sexo encubiertas como salas de masajes o peluquerías, cantinas, hoteles, bohemios, prostitutas, estudiantes universitarios y travestis.
Y es que Saraví nos enseñó a mirar la ciudad de forma diferente. Su profundo conocimiento de las sociedades secretas y de las sectas esotéricas y del mundo primordial/invisible que puebla la realidad doble de cualquier espacio urbano, nos permitió avizorar ese San José oculto que solo la mirada de un argentino cosmopolita podría develar. Las triangulaciones que realizaba desde el Parque Nacional hasta la antigua Fábrica Nacional de Licores (hoy Centro Nacional de la Cultura, asiento del Ministerio de Cultura y del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo,) y el Teatro Nacional, pasando por la casa de los Rosacruces, Templarios y La Sociedad Teosófica,  nos permitían acceder a la otra historia poblada de fantasmas y de personajes olvidados.
Igual nos permitió conocer los túneles que van del antiguo Sagrario en la Curia Metropolitana y la Catedral hasta la iglesia de La Soledad (hoy sincrético y malévolo barrio chino) y el parque Morazán, pasando por el Colegio Superior de Señoritas y el Castillo Azul con el antiguo Colegio de Sión, hoy convertido en las tristemente célebres oficinas de la Asamblea Legislativa. Y a deambular en busca de librerías de viejo y librerías esotéricas donde uno se perdía en sus largos pasillos entre fárragos de libros antiguos y donde, de cuando en vez, se pescaba alguna joyita y hasta algún incunable.
Por cierto, así de abigarrado era su apartamento cercano al Paseo de los Estudiantes, cargado de revistas, periódicos y libros en una estantería ciertamente riesgosa para un país tropical y telúrico. En ese apartamento y en las cafeterías de sus alrededores, pasé muchas tardes platicando con el maestro Saraví sobre literatura, arte, política,sociedades secretas y esotéricas. Sobre las últimas me aleccionaba sobre el peligro que se cierne pues están íntimamente ligadas con las élites económicas, políticas y militares que dominan el mundo: “son secretas y allí se toman las grandes decisiones, sus miembros son banqueros, militares, grandes empresarios…, se camuflan con ropaje cultural o benéfico, son una verdadera conspiración, una amenaza para la paz mundial, che”, apostillaba siempre. Su conversa era fluida, socarrona y con ese aire siempre abierto al secreto, a lo estrafalario, a lo inaudito.
En aquel apartamento, la tarde de un sábado, lo encontré tumbado cuando le dio el primer coma diabético. Toqué muchas veces la puerta sin respuesta alguna. ¡No contestaba pues no escuchaba mis llamados y no se podía abrir la puerta! Que estaba tumbado y mal de la diabetes lo supe luego de  acudir, por suerte, a sus amigos más cercanos, liderados por Alfonso Peña quienes intervinieron para sacarlo de allí y hospitalizarlo. Desde entonces su salud se fue deteriorando hasta que hubo deprogramarse su regreso a la Argentina para que estuviese menos solo y junto a su familia. Desde allá recibimos la tremenda noticia de su partida, casi como en uno de esos tangos que tanto añoraba.
La cultura costarricense le debe mucho a este enorme varón itinerante por la geografía americana y europea, pero, sobre todo, por las intrincadas líneas de la literatura, la filosofía y el arte, y sus ineludibles conexiones con la realidad sociopolítica y económica. Su aporte como periodista, escritor, corrector de estilo, gestor, conversador y estimulador de sueños en muchos jóvenes, lo ubican como uno de los personajes más recios e influyentes en el San José underground  de finales del siglo XX e inicios del XXI. Es necesario ofrecerle un merecido homenaje porque sin él esta ciudad lluviosa y triste no sería la misma.
Esta mañana de niebla en el barrio Amón su figura se anuncia por las calles con la sonoridad de su risa desplegándose por todas las esquinas. Desde esta ventana lo veo venir con un enorme paraguas amarillo tratando de esquivar los charcos y los autos que pasan raudos. Marcha de lado y saluda con la lluvia oblicua que lo lleva de seguro a alguna reunión con editores, marchantes, jóvenes poetas o miembros de alguna organización comunal. Lo miro perderse en la bruma y solo atino a mencionar: ¡Gracias por todo Tomás, muchas gracias querido Doctor Taurus!

Adriano Corrales, San Carlos, Costa Rica, 1958. Poeta, narrador y ensayista. Entre algunos de sus libros mencionamos Los ojos del antifaz; La suerte del andariego; Kabanga y Todo tiempo futuro.
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