3 Cuentos de Francesca Marchi

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S.J. 6973

—¿Adónde la llevo mi chiquita?

El Chino, así le dicen los demás taxistas en  barrio Amón, tiene físico delgado y esbelto, pelo negro lacio y largo amarrado en una cola de caballo, ojos “achinados” y vivos, sonríe y se presenta, orgulloso de sus orígenes panameños de parte de madre.

La noche está caliente y brilla una encantadora luna llena.

—A San Rafael de Escazú, –contesto, subiendo al taxi y devolviéndole la sonrisa.

El Chino, desenvuelve de una servilleta una manzana roja, parece estar pensando si se la come o no. Sigue conduciendo y envuelve la manzana.

Me mira desde el espejo retrovisor sonriendo, con un aire misterioso para atrapar más mi atención:

— Es un cuento largo, — me dice—, pero como usted soltó la risa, mi chiquita, le voy a contar la historia.

A mí me envenenaron, así es mi chiquita, una mujer que trabajaba en una soda donde yo siempre iba a comer.

Quizás, se enamoró de mí, no sé, pero a mí no me gustaba y como soy un caballero franco, honesto, le tuve que decir que mi corazón pertenecía a otra mujer.

Ella sintiéndose rechazada se enojó y me envenenó la comida.

El asunto es, mi chiquita, que el casado tenía una bella pinta y un rico sabor y yo me lo comí. Cuando ya de regreso, iba manejando me sentí muy mal y tuve que parar el carro; no me dio tiempo salir de él, así que me quedé con la mitad del cuerpo afuera y la otra mitad adentro y no recuerdo nada más...

Sólo oía la gente que comentaba: “¡Mirá vos!”, “¡Otro taxista borracho!”

Yo no tomo, mi chiquita, la gente que me conoce lo sabe. Y fue justo, por esa razón que me salvé: porqué por ahí pasó un compa que le comentó a otro y así llamaron la ambulancia y me llevaron al hospital.

En el hospital, me quedé seis meses, no podía ni caminar ni comer.

Luego, cuando salí... ¡No, no! No volví a ver a la muchacha,  ni a su familia.

Me llamaron del juzgado para saber que quería hacer, si quería denunciarla (ellos de todos modos se la llevaron), yo le dije que por mí, la muchacha podía irse a su casa…

De verdad, mi chiquita, yo pienso que todos hacemos las cosas por una razón y  yo... ¿Qué quiere que le diga? Estoy vivo, estoy bien, ahora sólo puedo comer un poquito, si no me duele el estomago, pero estoy vivo, estoy bien y no guardo rencor.

Toda esta historia, mi chiquita, para llegar al cuento de la manzana;  me la regaló una amiga que trabaja en El Rey, somos muy amigos, yo le cuento mis cosas y ella a mí.

Pero… ¿sabe qué mi chiquita? Me da miedo comerme la manzana.

¡Eso, no me hable de Blanca Nieves! Usted sabe, las fábulas tienen mucha sabiduría. 

 

La Sorpresa

Estaba allí, pegada a la puerta de su casa; se preguntó en qué momento habría llegado: por la estrecha vía no se veía pasar bicicleta ni moto.

Se quedó observándola desde el otro lado de la acera: ¡la esperaba desde hacía tanto tiempo! Ahora sólo le hacía falta cruzar la calle y poder por fin averiguar cuál sería su destino en el futuro cercano.

Parecía estar un poco maltratada luego del largo viaje.

¿Y si hubiese llegado para decirle que no? Un escalofrío corrió por su espina dorsal, quedándose en un lugar bien definido de su espalda.

Se quedó inmóvil.

Recordó todo el tiempo que vivió en su ausencia; sobreviviéndole, adentrándose en el abismo provocado por ella, jugando y peleando con los fantasmas que nacen por la falta de noticias, masticando los restos de expectativa que promete la espera en un ambiguo optimismo mental.

Respiró profundo, con fuerza y cruzó la calle. Ahora estaba allí de frente; abrió los brazos, como para recibirla, luego se le acercó, la acarició con sus manos, con movimientos seguros pero extremadamente lentos le quitó el abrigo plástico que le habían puesto en caso de lluvia y siguió festejándola con movimientos circulares, ayudándola a desvestirse.

De repente fue movido por la compulsión de llevársela al corazón, abrazarla, dar vueltas en la calle, sonriente, feliz, con ella apretada a su pecho. En pocos instantes estaba retenido por una serie de emociones que se le presentaron todas a la vez y que con ternura navegaron  hacia una mezcla furiosa de rabia y miedo; con un movimiento brusco se quedó con las manos sobre ella, agarrándola fuerte. Sacó el cuchillo, (compañero de siempre, cómplice en la preparación de deliciosos emparedados) y sin pensarlo más lo pasó a lo largo de todo su perfil.

La abrió.                                                                                         

“Congratulations, you are in” informaba la primera frase con letra capital en miniatura coloreada.

 

Perfume

“Es que tienes un muy buen perfume… disculpa,  puedo preguntarte ¿qué es?”

Sonrío. Tomo tiempo, ahora lo reconozco.

Parece estar mejor. Su voz, así como su mirada, es suave, hasta su movimiento es lento, aunque más presente, sobreviviente sin conciencia de su propia victoria.

Mi mente sobrevuela el estante en el baño de Ofelia: un paisaje de cristales donde se yerguen diferentes figuras; algunas mantienen solamente unas huellas remarcando el pretérito encanto del delicioso sendero, otras con sus cimas rojo fuego recuerdan las montañas europeas bañadas por el sol de las tres de la tarde.

Por fin alcanzo la meta más alta: Déclaration, contesto todo de un sólo.

El aroma que más me gustó el día que el cosmos me regresó el olfato y como un animalito me sorprendía husmeando todo, gozando, por fin, del importante perdido sentido.

Él me mira con expresión sorprendida e incrédula; sus ojos sonríen aunque el resto de la cara permanece intacta: seria y grave; hasta da medio paso hacia mí y me dice muy amablemente, con voz lenta y medrosa que conoce esa fragancia, pero que es para hombre y que este perfume le parece mucho más dulce.

Ahora, en un cambio de roles Pirandelliano, son mis palabras y gestos los que resultan cohibidos y poco naturales.

De pronto todo me parece muy íntimo y casi me sorprendo mientras escucho mi voz teniendo una conversación sobre la intensidad del sándalo, la presencia de bergamoto, tabaco y canela y una nota tal vez algo más mediterránea ¡mandarina!

Me pareció inoportuno decirle que ese aroma es el olor de mi piel.


Francesca Marchi, Italia.

Licenciada en Francés y Español en la Facultad de Idiomas y Literaturas extranjeras de la Universidad de Verona, es traductora e intérprete.

(del francés al italiano: “Promenade ou Itineraire dans le jardín de Ermenonville”, J.J.Rousseau;

del italiano al francés: articulos para la revista “Africa Today”, editora African Center, Italia.

del italiano al español: textos curatoriales y poesia latinoamercana para la Universidad de Padova;

del español y del francés al italiano: documentos históricos para el catálogo de la muestra de Pisanello, Museo di Castelvecchio, Verona)

Vivió diez años en Costa Rica donde fundó “Lunática” galería de arte moderno y contemporáneo con particular espacio dedicado a la exposición y venta del trabajo de las mujeres de los pueblos rurales: tejidos, cerámicas y pintura primitivista, con enfoque especial en la histórica artesanía de los indígenas

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