Pocas veces nos encontramos frente al caso de un hombre que ha llevado la poesía con la dignidad de una pasíón vital y un sacerdocio. Hay en Alexis Gómez Rosa esta dualidad: es un poseso del decir poético y, al mismo tiempo, un monje esclavo. El placer y el deber parecen concretarse en su persona. El placer, porque el poeta mantiene sensuales relaciones con el poema, y el deber, porque ha puesto su destino al servicio de su arte.
En ambas instancias se realiza su ser. Hombre y poesía no pueden concebirse el uno sin el otro. Este extraño caso de posesión, sin desmayos, lleno de estallidos fulgurantes y de hallazgos del lenguaje, es el que ha hecho posible que este poeta haya realizado una obra densa, amplia y continua que le ha llevado a difundir su obra en Estados Unidos, España y la América hispana.
Como todos los jóvenes que comenzaron a publicar sus versos luego de la guerra de abril de 1965, acontecimiento emblemático en toda la literatura dominicana, Alexis Gómez estaba imbuido por los influjos de la literatura comprometida, cuyas huellas quedaron diluidas, en muchos casos, en la propaganda.
Sin embargo, en lo que toca a Gómez estaba penetrado por un encantamiento, que impidió que el poeta naufragara en la poesía oratoria y que se dejara por la grandilocuencias que vivía en momentos históricos al observarse en toda su trayectoria poética desde “Oficio de posmuerte” (1975), “Pluroscopo” (1977), “High Quality” Ltd. (1985), “Contra la pluma la espuma” (1990), “Si Dios quiere y otros versos por encargo” (1997), y, desde luego, en el libro que comento en estas apostillas, “New York City en tránsito de pie quebrado”.
El poeta no se dejo encandilar por las tesis y los cantos de sirena. Porque es un poeta del instante. Se entrega a las ensoñaciones sonoras, desembarazado de las mancuernas de la significación y guiado por estrambóticas asociaciones de palabras. Al leer sus poemas, tenemos la sensación de penetrar en un caos en donde las palabras parecen convocadas a una fiesta de los sentidos; se independizan de su ser corpóreo para volverse encantamiento, sonoridad, pura materia fonética o grafica, abandonadas en el desierto de un mundo que parece reinventado y congregado en el poema.
¿Cuál es el objetivo de la palabra poética en Alexis Gómez? Ya lo hemos dicho: en Gómez las palabras no están encorsetadas a los significados. El lenguaje se convierte, pues, en vibración y conquistas de un mundo nuevo. Si algo puede definir este modo de hacer poesía, es la palabra en libertad. En unos versos el poeta nos arroja estas luces:
En la estafeta de correos puse una carta, una carta vacía.
Si esta vacía no es una carta, es un papel y no merece
ningún comentario.
Como se ve, el lenguaje parece desmigajado, minado en sus fundamentos. El poeta nos habla desde un metalenguaje, desde el mirador de una razón que le sugiere nuevos derroteros. Esa singularidad lo vuelve hermético en el procedimiento. Su poesía esta concebida como una paradoja. Es al mismo tiempo un laberinto construido en la tramoya de una sintaxis y una dicción poética, llena de secretos y es, además, la irrupción de un lenguaje que revela las voces: los guiños orales, los refranes, los estribillos, las pausas, el sonsonete…en resumidas cuentas, los lenguajes en los que el dominicano ha encontrado su ser.
Un acto de dispersión
Estamos, pues, ante una poesía que es sentida muy próxima de lo que nos es querido y considerado como propio, del hontanar en el que se ha fraguado nuestra memoria (a la vez lejana), porque el poema en Gómez pasa por las horcas caudinas de una desconstruccion de todas las menudencias cotidianas. En cada poema campa por sus fueros una voz metida en los entresijos de las discontinuidades, empalmadas por asociaciones sensoriales: paralelismos, metonimias, ritmos surgidos de alegres apareamientos sonoros. No cabe duda: el poeta es propietario de una panoplia de imágenes y procederes que convierte el acto de la poesía en una dispersión, como la que opera en los cuadros de Marcel duchamos o la que vemos en los lienzos de Francis Bacon.
La comparación no es desproporcionada. Al igual que estos grandes artistas que desconstruyen la realidad con sus pinceles, que desguazan un rostro o una ciudad en un cuerpo, y lo dispersan en el vacío, creando realidades mentales, Gómez congrega una polifonía de las voces que ha ido recogiendo. Una poesía que permite una doble lectura: la del universo mental recreado como tragedia, como parodia, como búsqueda, y la de una festiva explosión versificada, un lenguaje que rechaza las cosas, que, para constituirse en forma poética no copia el orden lógico del pensamiento, sino que se desgarra hasta hacerse jirones, hasta renacer como creación.
Alexis Gómez se propone cumplir con los preceptos planteados por Mallarme. Quiere libertar la palabra de su antiguo perfume, libertar la palabra de su antiguo perfume, libertar el sentido cautivo de las cosas. Extraerlo con un lenguaje que será siempre autónomo, oblicuo, superfluo, elíptico hasta volverse aproximación. Esa lengua gastada, prostituida en los coloquios, es el barro virginal cuando es transfigurada por los procederes del lenguaje poético. De ello son prueba estos versos de estructura ternaria:
Yelidá gozará un mundo
Berenice gozará un mundo
mi amiqa Betty Grullón
se llenará la boca al pronunciarla.
(Canastel)
Al construir la expresión en paralelo se echa de ver el lenguaje cifrado: gozar un mundo trae en su crisálida un
sentido enriquecido de connotaciones. En algunas ocasíones se trata de utilizar en contexto poético frases sentenciosas que hemos escuchado en nuestra oralidad; sacarlas del lugar común y elevarlas al pedestal de la poesía.
La poesía de Alexis Gómez indaga, naufraga, duda, nombra, transforma; es ocultamiento y revelación de las realidades empotradas en la memoria biográfica. El recuento de la s horas, de las monotonías de las rutinas, adquiere una dimensión monumental al someterlo al caos y a la libertad. Gómez es poeta del instante. Por ello, entre los logros de este libro esta el ensanchamiento de la visión poética, merced a los procedimientos del haiku japonés. El haiku practicado por el poeta dominicano es un desdoblamiento de la mirada. He aquí algunos ejemplos:
El camino se recoge
en la mirada: nos abraza
el horizonte
A partir de este procedimiento el poeta comienza a disociar las imágenes de la realidad para descubrir debajo de esta mascarilla, otra realidad, hecha de pensamiento, de valoraciones, ironías. Prueba de ello, es este espécimen:
y en la perversa fotografía,
el guiño de tus ojos malandros
quedo afuera.
Al hilo de estos procederes, podría dar la apariencia de que la poesía de Alexis Gómez queda encastillada en la redención del lugar común a la categoría de monumento poético. Pero no es así. El poeta sabe meter la sonda, llegando a concretarla en poemas, cuyo examen revela una comprensión de la complejidad del pensamiento y de su capacidad para trascender las menudencias cotidianas:
Todos piensan.
En esta ciudad todos piensan (full time),
ovillandose hasta finalizar en nudo (…)
El pensamiento a todos toca por igual;
se alarga en tu cabeza para ahuecarse
en la mía, con nauseas y temblores,
los pájaros que se desprenden de las ideas.
Cuando desmenuzamos este libro, nos hallaremos en esta fiesta de los sentidos en la que el lector podrá columbrar entre reverberaciones de una sintaxis juguetona, regida por el caos de las voces y los hallazgos del lenguaje cotidiano, la expresión de un poeta que enlaza sus emociones con realidades mentales. No cabe duda de que los lectores de “New York City en tránsito de pie quebrado” una vez que penetren en este universo hermético y popular, que es templo y falansterio al mismo tiempo, podrán desmenuzar sus calidades poéticas.
La calidad literaria es un don escaso. Al nombrarla no estamos invocando el amparo de los dioses ni una concesión de los críticos ni una gracia de los amigos. La calidad poética que nos demuestra Alexis Gómez en este “New York City en tránsito de pie quebrado” estriba en la capacidad de sugerir asociaciones, de profundizar en las posibilidades de la lectura, de enriquecernos y de remover con su voluntad de estilo, las aguas quietas de tradición.
PEZ ON LINE
Te miro (niebla en la recámara como en la noche azogue),
desde la pelvis semejante a un paisaje lunar,
cuarto menguante;
te miro ida y venida en la blancura inhóspita; blanco sobre
blanco al ojo le viene insoportable.
Duermes o finges dormir arrinconada en el decúbito
de tu almanaque mensual,
loca por teñir de carmín ese páramo
de luna ebria (la novia tísica de los postumistas), con sus fallas
y estrías las sábanas que lavanda te acogen.
Has llegado con ese horrible uniforme de policía fulero:
el subrayado es mío;
con tantos kilómetros amarrados a ese peregrinaje
de horizonte barroco y cielo abierto,
que puntualmente almacenas en tus zapatos.
Estás ahí cual la hiedra (es un bolero); como una piedra,
una gema, acurrucada en la cama triste y vacía,
tu cuerpo;
lo vi antes caer por el muslo impecable que termina
en cinco dedos petardos de lascivia estridencia.
Lo había escuchado hace tiempo. En esos pies pequeños
que hacen frágiles huellas,
se anuncia el muérdago insomne
de una enrojecida querencia.
Allí tiene la pasión en la boca del estómago, una culebrilla
nerviosa que nos abre todos sus abismos,
para permitir pasos
de gato a horas negras y amarillas.
Pero ya ven ustedes cómo me pierdo en mullidas disquisiciones,
sin ton ni son, corazón;
te miro a soga corta, como de costumbre,
y la respiración se me hace una tolvanera de oscuras vellosidades,
de picante olor a selva profunda, reptando
por ese trópico ámbar donde la espalda pierde el nombre.
Te miro largo y tendido y es tu dormir esponjoso,
a todo pulmón, inalcanzable.
Un dormir apretujado,
como de abeja, creciendo de manera minuciosa, con malicia,
como de piedra:
tus pechos llenos de cielo
que a otro suelo de lengua, labios y dientes llenos conducen,
tus pezones en línea suben y bajan las estrellas.
Te miro sin ojos, al rojo vivo, en la cima de una urticante
pimienta (otra sentencia):
crea su cuello de botella
inaugurando en la garganta incurable, las ruinas de un deseo
habilitado para encampanar la voz a lo más hondo.
FORMA EN TRANSITO DE UNA FORMULA IMPURA
Propicio a la poesía es el tiempo del olvido.
Me ha llegado en el mejor momento: avanzada la calvicie
y el miembro de preñar, el miembro de hacer venir,
a la espera de un examen de diabetes.
El resultado importa poco a mis años, equilibra el corazón
una ruma de grageas. (Cuerpo ñoño, errante,
en el berenjenal del día por día, el cuerpo que se aleja).
Propicio al tiempo del poema es el encabalgamiento
polidireccional del sentimiento colectivo.
Salta, a la vista, una marea lujosa de intraducibles labios
del Leteo, devorando, a ininterrumpido ring ring,
las ilusiones del marketing guarda tu piel un torrente
febril de silicona, marcando a marcha tendida,
la periferia textil del abrazo: puro cigarro a mi olfato.
Propicio al tema del olvido es el tiempo de autófago
que el propio olvido ejercita.
Me acuesto Alexis y me levanto ¿quién soy?, de madrugada,
suplicando un sorbo mudo de leche compasiva,
en esa línea horaria en que los hombres se afeminan.
De pronto el amanecer llega, intonso, con sus bidones
y cencerro. Entonces, con sus grilletes y picaporte,
el amanecer borra y todo se pone rancio, color de hormiga
enemigo.
-Aires y noticias ruidosas del tiempo presente.
ENTRE NINGUN LUGAR Y EL ADIOS
Lugar entre ningún lugar y el adiós es este,
donde se origina una ruidosa intersección de colores
en fuga, donde cruzan trenes aéreos hacia una remota
estación de la luna: eso parece; luna prenatal,
caracolera, similar a un derretido de queso.
En este lugar, que no es ningún lugar sino un temblor,
brota un ramillete de ojos chequeando el movimiento norte
como el del sur (particularmente este último, que suena,
en cuerpo nuevo, con un lujoso estremecimiento
de caderas): movimiento gordo, movimiento húmedo
de prometer: meter, éter glorioso que avanza
(odorante), a conquistar azules geografías.
Hora: en este ahora que desborda su aquí descabezado,
contemplo el humo en que lentamente te conviertes
-eres ya historia patria-, porque así estaba escrito
la noche residual de los insomnes varones, amontonados
en la capilla del alma inaprensible.
De mañanita: hombres y mujeres en cueros
Dios los trajo al mundo, en un lugar muy lugar
del cual no guardo memoria, repite la noria
su invencible costumbre.
En este lugar, desplegado a minuto en su inexistencia,
una maraña se abre mi cabeza en dos pedazos
hambrientos, traspasando, de un hemisferio
a otro, la horrorosa masa de sentidos: sudoraciones,
agrios fluidos de ingles y entrepiernas me hacen
torpe la boca; desarmonizan la madeja verbal
que retinta en los labios, la comisura del deseo..
PALMERAS DEL EXTRANJERO
Asomado a las 5:00 PM detrás de una chatarra
de infamante crepúsculo, me aposenté vernáculo,
accionista del mundo,
a narrar con todo el ojo la historia que me acerca
su desventurado cuerpo de leona.
La mujer del poema es una la historia
de mil caras perplejas.
La mujer de la historia se abre al poema inconcluso.
Mujer gruta insondable, la que se lleva el apodo
de Gorgona.
Mujer lujo del milenio con sus dientes
volcados en una frase de dos filos.
Mujer sin padre ni madre, culo de bombillo,
para una poética del pensar sueña tu filosofía.
Esa mujer, la del pantalón corduroy de rayitas,
se asoma a las 5:00 de la tarde al igual
que a la cinemateca, muñeca, o al bar que regenta
ese personaje del solar de Ionesco.
Musa mujer, reina rumba, con sus manos abiertas
en sifón de gasolinera.
Mujer caoba, arena de Boca Chica,
mujer caimito deshojada de acuerdo al soplar
del viento arrabalero;
esa mujer, de un gordo gemido, lleva
un escalonado jimiquear de puertas indiscretas.
Mujer deudora de un azul Tovar
como de un magenta Oviedo.
Mujer cielo de cianuro agrietado en la fe
de su evangelio.
Mujer crustáceo: vigía del puerto que a la vida
lanza una ola imposible de lobos de mar.
(Corto me quedo:
vigía del puerto que pone a circular
una fragata errante de chingados marineros.)
Mujer preñada, surrealista, domiciliada en la noche
del Parquecito Duarte.
Una página de Breton,
André Breton, te prohija.
Una trulla de diablas en overol
beben clerén al salir de la peluquería, tu tía,
te anda buscando a punta del sermón de Montesinos.
DOCUMENTO DE MI PEQUEÑA CASA POBRE
La casa que habito en el principio del mundo,
encierra los negros acontecimientos del último verano,
a juzgar por los muertos santos y los vivos
nom santos que arroja la santa tierra, y los muebles
y enseres domésticos que han ido a parar a la casa
de empeño.
La responsable de estos últimos hechos
es una mujer ciega. Ciega y torpe, ciega y ladina
con los ojos llenos de guazábaras y campeche.
Su iracundia es más poderosa que los cohetes
y misiles que a diario suman muertos de carne y hueso,
a esa nómina de aspirantes a la vida eterna.
La casa que construyera mi padre en herencia paterna,
es la casa de quienes prolongan el temblor
de mi sangre.
Ellos se instalaron allí con los siete
pecados capitales que la vecindad les regala.
Hicieron el huerto, cosecharon legumbres y en lugar
de flores en las altas mesetas, se agenciaron
un grano de mostaza contra la mala suerte.
(De los siete pecados capitales a la comunidad solo
Agradecen, esa perlita en inri de la ira).
Desde aquellos días mi casa es amargo presentimiento,
como si no se me hubiese dicho en el principio
del fin.
Un terremoto de frases hot sauce enlatadas,
para lamer versus limar la superficie del cuerpo es delirio,
en la casa de una pegajosa concupiscencia.
Allí despotrican lenguas desolladas, mechadas,
lenguas de lapidar y consagrar y cada quien en sus trece.
Documento en casa pobre que alberga
mis pasos de malabarista de circo,
me declaro reo de mis propias irresoluciones.
NIÑA GOLOSA
A los doce años me gustó el tipo
que mataba las vacas:
un carnicero enorme a quien llamaban Felipe.
Verlo meter el cuchillo y escuchar las vacas
mugir temor y desespero,
me atestaban contra la pared sufriendo
en entrepiernas, aquel corto escalofrío
que reclamaba un mundo.
Felipe, Felipe Aracena, un moreno de bíceps
gladiadores, destinado a cometer mayores
asesinatos mejores.
Y rimó, como en los viejos tiempos:
perfidia y pasión en el torrente sanguíneo.
Desde pequeña lo espiaba la sangre
lo atenazaba el candor.
Mis hermanas no lo prefiguraron mis amigas:
un carnicero angelical, brazo de niño,
imaginaba mi febril
y precoz adolescencia.
Gustaba él del bolero lo derramaba
con la más fina estocada.
Yo lo escuché una vez exhibiendo su animal
ensangrentado, y dejé aquel chorro de agua
majarme el clítoris morado.
(Tiempo después supe que así se llamaba
esa glándula del tembleque y el gusto).
Tenía doce años y me gustaba
ir al matadero. El olor de la sangre
me hizo parir tres hijos.
TÉCNICA MIXTA SOBRE PUENTE VESPERTINO
El puente que cruza frente a mi casa
une dos muertes.
Un puente majestuoso,
corre ve y dile, de imposible arquitectura.
El puente rojo: cresta de nubes
contra el Ozama tendido, abre ahora
su horario de cangrejos y estrellas
por la espigada ruta de un ojo vespertino.
El puente sube a nadar y hasta desaparece,
llevándose los carros de concho
y los perros hambrientos los deseos
de la tercera edad,
sobre las aguas
vidriosas del río de los malos negocios.
(Aunque usted no lo crea,
es el mismo
puente que atravesara veloz el amor,
hacia el banquillo del Juicio Final con
su llorada corona de suplicios.)
Un puente lejano, muy lejano, hecho
de ceniza y tiniebla,
se levanta frente
a mis ojos bovinos, estragados,
que se chuparán esta tierra los huesos,
de dos amantes aferrados a su adiós.
Del libro inédito Marginal de imperfección
Manuel Núñez
Alexis Gómez Rosa o la palabra en liberdad
Muestra gráfica:
Muestra gráfica
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Matérika 1
Alexis Gómez Rosa