Vida y muerte de la poesía
Muchos llegamos a la poesía con un sincero amor por ésta, un amor que colindaba con el fanatismo visceral, la locura amarga, el desamparo fácilmente confundible con el orgullo pueril. Así era el sentimiento por lo menos en la década de los ochenta, en San José de Costa Rica, época que recordamos como de una oscura preparación hacia lo que tenemos hoy, una época que fue el tiempo embrionario de la globalización.
Experimentamos desde esos lejanos años el poder de la poesía. El poder que había inspirado los poemas de Cardenal, Nicanor, Neruda, los poemas de Pessoa, Jorge Debravo, Eunice Odio, Pound, T.S. Eliot, la generación Beat, Walt Whitman, la Generación del 27… poder que venía de una fuente de lucidez que nos confirmaba que la poesía tenía su territorio.
Sin embargo, todo cambió de pronto. El poder de la poesía se retiró del mundo. Y arribó una vida sin ideales que hoy conocemos todos, un mundo que solo puede descifrado por los hombres administrativos, ávidos de conexiones, asociados siempre a algo, ejecutivos equilibrados, buenos negociadores, amigos sin melindres del dinero, hombres que en la década de los ochenta, cuando algunos empezábamos a escribir poesía, ya bien o mal, ya apasionadamente o sin oficio, eran los verdaderos anti-poetas, no lo que escribía Nicanor Parra.
Fue en ese clima de amor por la poesía, sin pensar en grandes casas editoriales, ni en un cargo ampuloso en un ministerio público, en ese contexto de experiencia suma de la palabra, a la que le dábamos algunos total credibilidad en los años ochenta, que conocí al poeta Guillermo Sáenz Patterson. Yo era un muchacho de unos veinte años, que tenía sueños literarios en un país limitado por su idiosincrasia, un país que, de toda Centroamérica, había alcanzado cierta madurez política, pero que no tenía ninguna hermandad con la poesía, un país hermoso pero también plano en el espíritu. Recordamos por ese tiempo el fracaso de la revolución sandinista, que muchos apoyamos con el espíritu, la sed, la esperanza, y recordamos asimismo el áspero sabor del fraude. No quedaba nada, solo fraude. No se podía esperar otra realidad porque Reagan era la realidad, la estupidez era la realidad.
Guillermo Sáenz había publicado por esos años un extraño libro titulado “De luz y eternidad”, un título si se quiere pretencioso, extrañamente metafísico. En ese entonces, Guillermo era un apasionado de la poesía, como es improbable que conozcamos hoy a un hombre enamorado de un arte, leía sus poemas con mucha turbación, como si evocara de regiones inalcanzables las musas que lo dirigían por un camino de visiones tormentosas. También, nos hablaba a los más jóvenes de los poetas malditos, y de alguna manera, se presentaba como un típico poeta maldito.
A muchos por aquel entonces nos pareció un poeta recluido en su dimensión personal. Estaba de moda motejar a los escritores en estantes ideológicos. Y se tenía la impresión, en medios oficiales, de que un poeta debía hablar de fusiles, revolución, proletario, patria, mujer querida, sentimientos nobles. Lo que no se circunscribía en ese menú era poesía ajena, un divertimiento del pequeño burgués que todavía no había llegado a la suprema humanización de su arte.
La atmósfera literaria estaba controlada por profesores de literatura que, para no parecer ignorantes, citaban a Eunice Odio, pero no dejaban de maravillarse por la sencillez de Jorge Debravo, un poeta bueno y cuya obra ha sido manipulada para sentar cátedra, y aplastar otras expresiones, tal vez más revolucionarias o atípicas del quehacer poético costarricense. El que escribía como Jorge Debravo podía ser comprendido. Otro discurso era imposible. (El costarricense, en general, nunca ha sido doblegado por la expresión poética, aunque se incline, ávido, hacia los paraísos artificiales.)
Fuera de ese estilo, no había posibilidad. Los poetas oficiales solo trataban de continuar lo que había dejado Debravo. Y hasta hoy día, se prosigue con el mismo paradigma. Unos cuantos jóvenes, hartos de esa mistificación, elaboran una poesía antinómica, que ya ha sido desplegada años atrás, pero que solo sugiere el papel de antítesis debraviana. Tal vez ofrezca algunas voces fuertes. Tal vez no.
Fuera de ese estilo, repetimos, no había alternativa. Había que ser hipócrita. Y solo Jorge Debravo había sido auténtico. Era su voz de río vigoroso y árboles en flor lo que lo hacía permanente. No sus repeticiones innecesarias, su mesías a cuestas, su idea de ser un adalid de un marxismo auroral, con la sonrisa de Cristo.
Solo Guillermo Sáenz Patterson se dio el lujo (de manera absoluta, porque otros lo hicieron parcialmente), de escribir otra cosa. Y la historia literaria deberá exponerlo de esa manera, o no será real. Guillermo Sáenz escribió una poesía que solo siguió el camino, como dirían hoy los poco originales, políticamente incorrecto. Y por esa razón fue olvidado. A pesar de eso, nos decimos que algunos de los que tratábamos de asimilar la función de la palabra en un mundo que se decantaba contra los más débiles, contra los soñadores en vía de extinción, contra la magia desinteresada, sabemos hoy que la poesía de Guillermo sobrevivió a nuestra propia impresión de que solo era una expresión aislada, una inspiración incluso lóbrega y sin compromiso.
Con el nuevo libro de Guillermo, Para Noxia, publicado por Ediciones Andrómeda este año de 2006, toda la obra de Sáenz se encadena, y vocifera su propia verdad. Se trata de un libro que vuelve a recordarnos con ácido la acción última de la poesía: ¡llevarnos a la cumbre y mostrarnos con vértigo la oscuridad del mundo!
Conocimos a Guillermo Sáenz en una época en que la mayoría de los escritores trataban de insertarse en el modelo funcional de poesía aceptada por los progres y los burgueses –los cuales siempre nos han parecido extremos de una misma lanza–, y lo vimos escribiendo una poesía tan extraña a muchos –como son extrañas las confesiones dolidas de las putas en los bares que amanecen, o los muros repletos de musgo donde vomitó su vida un amigo poeta muerto, o la noche paranoica donde todos descansan para continuar fundiendo más cadenas al día siguiente–, que pareció un heraldo de su propia navegación lírica. Hoy, con Para Noxia, Guillermo Sáenz nos recuerda que aún existe un oficio profundamente desinteresado en la invocación poética que no responde a los intereses de ninguna singladura política o idiosincrásica.
La poesía de este interesante libro, Para Noxia, es como un viaje intergaláctico en cualquier ciudad del mundo, y digo intergaláctico, porque Guillermo Sáenz reunió en esta nueva poesía al cosmos y a la ciudad, a los ángeles y a los hombres, a los ríos de estrellas y a los hoteles de mala muerte, a los meteoros y a los drogadictos, mediante un verbo que, a todas luces decadente para los que buscan sentimientos edificantes en las expresiones artísticas, es búsqueda también de una redención ambigua, un requerimiento de visión más amplia y de alguna franca necesidad de fusión con el universo.
Con Para Noxia reconocemos que la poesía se renueva a través de décadas de desamparo. El poeta no desmaya. Solo espera el cambio de tiempo para volver a tocar su sombrío tambor en los recodos de la noche.
Paranoxia, Guillermo Saénz P. Muestra gráfica de Carolina Rodríguez, Ediciones Andrómeda, San José, Costa Rica.